Del bofetón al libre albedrío

Por Sofía Morán

Sofía Morán
01/10/2017
 Actualizado a 12/09/2019
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La idea de pegar a un hijo para corregir una mala conducta siempre genera opiniones enfrentadas. No les hablo del golpe, de la paliza, de esa violencia gratuita que todos rechazamos de plano, sino del ‘inofensivo’ y habitual cachete. Imagino que muchos de ustedes estarán en contra, incluso es posible que les escandalice la idea; otros sin embargo, formarán parte de esa mayoría de adultos españoles (en torno al 60% según las encuestas más recientes) que creen que «un azote o una bofetada a tiempo, puede evitar en el futuro males mayores».

Venimos de una sociedad represiva donde el cachete, la colleja, el capón, o «la galleta» eran los grandes protagonistas en materia de educación, esa educación de la caverna donde «la letra con sangre entra», y el castigo físico leve (y no tan leve) en pro de la autoridad y el respeto, eran conductas habituales y plenamente aceptadas socialmente.

Sin embargo, las cosas han cambiado mucho y han cambiado rápido. El diálogo, la negociación, la flexibilidad y el indispensable respeto hacia el menor, son actualmente factores importantes en la educación de nuestros hijos. Existen muchos más recursos, contamos con la orientación de los profesionales de los centros educativos (profesores, psicólogos y psicopedagogos), las escuelas de padres, y miles de libros, artículos y debates sobre crianza y educación, lo que nos proporciona estrategias y herramientas de las que tirar, antes que recurrir al clásico bofetón.

Al margen de su opinión personal, sus vivencias y experiencias, y el clásico «a mí me llovieron bofetadas y mira que bien salí», la realidad es que el cachete no funciona. Esto es lo que nos dice el último gran estudio sobre el tema, que fue publicado en el Journal of Family Psychology y que contó con más de 160.000 menores. Los azotes con los que a veces educamos, tienen en realidad el efecto contrario al que buscamos, ya que según este estudio pueden generar un peor comportamiento, además de problemas de autoestima en el niño y el deterioro de la relación con los padres. No mejoran su disciplina, y desde luego no aumentan las conductas deseadas.

Pero no sufran, el cachete que le han dado alguna vez a su hijo no le va a traumatizar de por vida. De hecho, muchos profesionales creen que si se utiliza de forma puntual, para marcar claramente un límite, o cuando ellos mismos se ponen en peligro, puede resultar eficaz. Como dice el filósofo José Antonio Marina, dentro del proceso educativo y «siempre en un contexto de cariño y no en un arrebato de nervios», sobre todo en edades tempranas y para impedir conductas, nunca para fomentar buenos comportamientos. Ya saben, el cachete no educa.

Y muchos de nosotros lo sabemos, otra cosa es enfrentarse con situaciones límite donde te sientes desbordado, y acabas recurriendo al azote por pura impotencia, o simplemente porque no sabes qué más hacer. Seguro que muchos de ustedes entienden de qué les hablo.

Y mientras vamos superando las visiones más cavernícolas de la educación, en los últimos años nos dirigimos literalmente al polo opuesto. Las nuevas corrientes buenrollistas arrasan, y son muchos los padres, expertos y profesionales de distintos ámbitos que abogan por una educación sin castigos, de ningún tipo. Se criminaliza el castigo asegurando que deteriora gravemente el vínculo paterno-filial, genera ansiedad y miedo, resentimiento, alteraciones cognitivas y un sinfín de fatales consecuencias. Y todo ello por dejarles sin postre o no llevarles al parque el fin de semana. ¿Pasamos entonces del bofetón a la permisividad más absoluta? ¿Realmente es posible educar así?

Mi opinión es que no, porque miren, ni en silencio absoluto ni tocando la trompeta. El término medio y sobre todo el sentido común, deberían ser nuestras brújulas. Qué fácil y qué complicado a la vez.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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