Del atraco al talego

Por Alejandro Cardenal

Alejandro Cardenal
15/12/2020
 Actualizado a 15/12/2020
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Con siete años mi padre empezó a llevarme al fútbol. Probablemente me hubiera llevado mucho antes si de él hubiera dependido, pero eran los 90 y había tanto cafre campando por las gradas que daba cierto vértigo.

Aunque no empecé a ir de forma regular hasta los 10 años, siempre que los horarios encajaban y el partido tenía buena pinta intentaba conseguir una entrada, así que mi primer recuerdo en un campo de fútbol fue en el Zaragoza – Barcelona del célebre ‘Rafa no me jodas’. Todavía no sabía muy bien que era un fuera de juego, pero me quedó clarísimo que ni los señores del silbato ni los de los banderines eran de fiar.

Son muy malos. Terribles. Horrendos. Ineptos. Incompetentes. Sin paños calientes. A veces hasta parece una broma de cámara oculta. Durante décadas se les ha dado cierto cuartelillo por aquello de que tienen que decidir en décimas de segundo y que mire usted lo difícil que es poner orden entre 22 tíos tratando de tomarte el pelo por un lado y otras mil personas gritándote y acordándote de tu familia por el otro. Pero no. Difícil es operar a corazón abierto. Estresante es ser artificiero y desactivar una bomba, ser bombero y entrar en un edificio en llamas siendo plenamente consciente de que un amasijo de hormigón y hierro puede caer sobre ti en un abrir y cerrar de ojos.

Así que ahora, sin público y con el VAR a su plena disposición, se han acabado las excusas y no tienen forma de disimular sus dantescos espectáculos. Aunque también tienen sus virtudes. He de reconocer que de sincronización y trabajo en equipo van sobrados; no hay semana en la que uno no la arme. Y esta vez le tocó a la Deportiva.

La expulsión de Curro fue grosera por partida doble. Fue una equivocación flagrante y tuvo como colofón la soberbia de ni siquiera revisar la jugada. Tampoco le avisaron de la cafrada desde la sala VOR, estarían viendo el último capítulo de Mandalorian.

En fin, que fue indignante. Y no solo porque fue decisiva en la derrota, que también, sino porque tiró por tierra todo el trabajo y la preparación realizado por un club durante días. Como si a Márquez después de una puesta a punto le hubieran cambiado su moto por un patinete eléctrico. Una falta de respeto.

Y lo peor de todo es que como recompensa por el atraco, ahora toca la Copa del Rey, una competición que solo interesa a partir de semifinales si siguen vivos los de siempre y que salvo excepciones contadas –como el derbi vasco que sigue pendiente de disputarse – es una condena para los demás.
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