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Del Arte que eleva

21/11/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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Considero que el Arte, en cualquiera de sus manifestaciones, es una de las expresiones más sublimes de lo humano. La combinación del genio del artista y del dominio de las técnicas da como resultado una obra maestra y toda obra maestra en su misteriosa ligazón de palabras, pinceladas, volúmenes o notas musicales, libera una potencia, una energía capaz de conmover. El Arte conmueve, pone en movimiento a quien experimenta su impacto. Y este movimiento debe ser de elevación. Un ascender en la comprensión del universo, de nuestros semejantes y de nosotros mismos.

El Arte, como punta de lanza, como vanguardia de la Humanidad en la búsqueda de sentido de nuestra realidad, desbroza de malezas los senderos, ilumina lo oscuro, muestra el camino que con esfuerzo debemos transitar en nuestro afán por aprehender el mundo y descubrir lo verdadero, diferenciándolo de lo aparente y transitorio.

En relación con la columna de la semana pasada y del éxito de algunos productos musicales, literarios, etc., escucho con frecuencia el argumento de que si triunfan se debe a que es lo que la gente quiere. No estoy de acuerdo con esta afirmación. Lo que sucede es que nos acostumbramos a lo que nos ofrecen, porque somos muy cómodos. Sin embargo la Historia está llena de ejemplos que demuestran que el Arte no es privativo de las élites, que también el pueblo llano es capaz de sentir su influjo. En los festivales teatrales de la Grecia clásica se estrenaban las tragedias para disfrute de los ciudadanos. Los templos románicos y las catedrales góticas, así como toda su imaginería, estaban al servicio de la educación teológica de los más simples. Las obras teatrales de Lope de Vega o de Calderón de la Barca eran populares, como lo eran las óperas de Mózart. ‘La Comedia humana’ de Balzac, ‘Los Miserables’ de Víctor Hugo, ‘Madame Bovary’ de Flaubert, ‘Crimen y castigo’ de Dostoievski o ‘Guerra y paz’ de Tolstoi, por citar solo algunas, todas ellas se publicaron por entregas en periódicos de la época, con éxito rotundo. Hoy son consideradas obras de arte. Mi conclusión es que todos tenemos la capacidad de desarrollar un paladar que saboree la delicia artística. Pero parece que prefieren mantenernos comiendo en la pocilga, como cerdos.

Y la semana que viene, hablaremos de León.
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