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Déjame bajar al río

14/04/2019
 Actualizado a 11/09/2019
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Entre el escandalín de la portada de la revista ‘Pasión’, la preocupación cofrade por el clima, el escrito del Papa emérito sobre el desmadre de la moralidad sexual y la campaña electoral, ocurre que casi ha pasado ignorado un gesto del papa Francisco que, éste sí, se puede considerar histórico. Verdad que este hecho de echarse a los pies de alguien y hasta besárselos es una mímesis del Lavatorio de los Pies por parte de Jesucristo, que se repite cada Jueves Santo. Pero tirarse inesperadamente ante los líderes políticos de Sudán del Sur y besarles piadosa y emocionadamente sus zapatos es absolutamente nuevo. Me temo que este gesto tenga mucho menos eco que el ‘hacer la cobra’ de unos días antes en Loreto cuando alguien intentaba besar su anillo. Así están las cosas y así nos va.

Enseñados como estamos al hieratismo del ceremonial vaticano y a las reverencias y genuflexiones ante la persona de los Papas, este besar zapatos tal vez nos devuelva ala recuperación de aquel espíritu que cantaba Alberti poniendo en boca de Pedro aquello de «déjame bajar al río, volver a ser pescador, que es lo mío». La imagen de un hombre achacoso y entrado en años, necesitado de ayuda para poder volverse a levantar, derrumbado ante unos líderes culpables del desangramiento de su pueblo (una guerra civil, más tribal que política, con más de dos millones y medio de muertos, otros tantos refugiados en los Estados vecinos y casi millón y medio de desplazados en el interior del propio país, en una población que cuando llegó a la independencia en 2011 andaba por los doce millones), es una estampa que, al menos, nos debe llevar a preguntarnos por sus razones y su significado. El momento fue el cierre de la iniciativa interconfesionalde un retiro espiritual en Roma de los máximos dirigentes políticos de ese desgraciado país, todos ellos cristianos, unos católicos, otros anglicanos. El objetivo del encuentro era fortalecer la búsqueda de una paz definitiva que superara el armisticio de septiembre del año pasado. El gesto del Papa y las palabras que lo acompañaron (les encomendó que fueran ‘artífices de paz’) me han hecho recordar al profeta Isaías: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la paz!».

No ha sido mala cosa abrir los días de Semana Santa con el pregón de que la paz es posible en el mundo y en los corazones. Con seguridad ahí está la clave de este salto cualitativo en el quehacer del sucesor de Pedro. Bajar al río como pescador de hombres desarmados y pacíficos.
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