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Dedo acusador

10/01/2021
 Actualizado a 10/01/2021
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Los que tenemos unos estándares éticos altos nos avergonzamos de nuestra actitud a veces, pero nunca dejamos de reconocer lo que hacemos (más que nada para generar empatía, porque no damos puntada sin hilo). A mí, por ejemplo, me pierde lo de hacer de policía de balcón virtual, y en vez del proceder mucho más diplomático de describir la acción desacertada que observo (en plan «eso que hacen es una estupidez»), me lanzo a valorar detalladamente a quien la comete (rollo «¡menudos ciruelos!»)

De mi censorcito en la distancia, una muestra reciente es el ruido y la furia que he vertido estos días contra los asistentes a la ‘rave’ de Nochevieja de Linars del Vallés. No porque sean unos completos sarnosos, arriesgándose a generar un foco de contagio multitudinario mientras tanta gente está haciendo un esfuerzo mayor de contención individual y colectiva, qué va. No es por eso. Es, contra los promotores, por haberlo montado todo en una nave abandonada donde seguro que el público tuvo que beber garrafonazo a palo seco, sin hielo ni coca cola, y apurar las colillas, ante la falta de cámaras y máquinas expendedoras de tabaco, lo cual merece un cero en logística. Y contra los ‘ravers’, por orinar y defecar en cualquier esquina evitando salir a la helada de la intemperie, contribuyendo a cultivar un lodazal bacteriológico bajo sus pies, cero en epidemiología. Fueron en busca de fiesta y aventura y se encontraron con la mierda, comentaba este justiciero el otro día a la hora del vermú, y no me disgustaría verlos doblando el espinazo recogiendo escombros, desbrozando y limpiando playas (lo cual es un castigo populista donde los haya, pero cuyas bondades no han sido aún rebatidas)

Y no se le escapa León a mi dedo acusador, no. Por bajo que sea el perfil de sus infracciones, inconscientes son los sancionados. En Caño Badillo sin ventilación (porque siempre ha olido a Mimosín en los bares de esa calle). En Fray Luis de León cenando sin mascarillas (por patinar en protocolo). En Matasiete por organizar evento (sin llegar a boda áulica). En la Plaza Mayor por incumplimiento reiterado (ellos, que si lo que pretendían era demostrar la perseverancia emprendedora de la provincia). En una carbonera nueve personas sin respetar las medidas de distanciamiento (o peras al olmo). Y en Benavides de Órbigo, tras un vídeo en redes sociales, por bailar pegados (y es probable que además viendo reposiciones de Eurovisión 91).

Me he quedado a gusto, no lo niego. ¿Quizá esperaban benevolencia de alguien que confiesa que el toque de queda le parece una bendición?
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