08/10/2022
 Actualizado a 08/10/2022
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Asegura la socorrida página de etimologías de Chile que «Dice el chiste que ‘decente’ viene ‘de centavos’, gente con dinero. En realidad, decente viene del latín decens, decentis, a través de su acusativo decente(m) y significa conveniente, apropiado, adecuado».

Sin entrar en valoraciones crematísticas, algo similar asegura el diccionario de la RAE, que tras otorgar al término la categoría adjetival, le atribuye a ‘decente’ los significados de honesto, justo y debido. Acepciones, todas ellas, alejadas de ese barniz rancio que a veces se oculta tras el uso fraudulento del término, ya que necios hay, que identifican ‘persona decente’ con sujetos rancios, desvaídos, decolorados y hasta aburridos.

A veces, empoderamos a ese empresario que sisa a sus trabajadores, condenándoles a jornadas de trabajo leoninas a cambio de salarios minifalderos y que encima se jacta de contribuir al levantamiento del país garantizando la estabilidad laboral de sus súbditos. ¿No es eso indecente?

O las letras de esas canciones de reggaeton que tratan a la mujer como si de un florero se tratara «la subo, la bajo, la coloco, la traslado, la quito y la pongo… y lo que se tercie». Poco adecuado parece tanto trajín de féminas donde la parte masculina suele desempeñar un papel muy diferente al de las mujeres a las que aluden las letras. Como ese nibelungo descerebrado del colegio mayor masculino Elías Ahuja, adscrito a la Universidad Complutense de Madrid, que desde la cueva más profunda de la insensatez humana, se puso a proferir gritos que fueron secundados por otros del mismo pelaje insultando y vejando a las jóvenes del colegio femenino Santa Mónica situado justo enfrente. El gritón cabecilla, detonante de la oleada de improperios ha sido expulsado de la residencia. Universitario en ciernes, quién sabe si futuro empresario, político, médico o, miedo da pensarlo, docente.

Y hablando de docentes, es curioso su similitud con decente. Ambas palabras parónimas, quiero creer que no por causalidad, me hacen recordar a Felipe, que junto a su mujer, ha adoptado, sin contraprestaciones, a dos criaturas posibilitándolas educación y futuro. O a ese gran amigo que dejó el puesto que desempeñaba de manera brillante en una gran multinacional, renunciando a ascensos y desafiando las leyes de la gravedad social, que no saben reconocer la auténtica heroicidad. Ambos, además son de esos docentes decentes. Como padre o madre, me sentiría seguro dejando la educación de los míos en sus manos. El ejemplo es el mejor maestro.

Espero, lector o lectora, haber escrito una columna decente, la ocasión lo merecía.
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