¿Deberían poder salir los niños?

¿En serio es imprescindible que los niños y sus familias puedan salir a oxigenarse en los parques cercanos, aunque sea de forma regulada?

Sofía Morán
05/04/2020
 Actualizado a 05/04/2020
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Tras 23 días de confinamiento familiar, empiezan a surgir las dudas sobre el impacto que este encierro podría provocar en los más pequeños de la casa. He leído artículos que casi dan por hecho el trauma, que juegan a comparar lo que ahora están viviendo nuestros hijos, con los que han vivido guerras, desastres naturales, hambrunas y todo tipo de acontecimientos terribles. Y se quedan tan a gusto.

Hace un par de semanas, Heike Freire, pedagoga, docente y experta en infancia, lanzaba una petición en la plataforma ‘Charge.org’ exigiendo flexibilidad en las restricciones para la movilidad de los niños, y denunciando que «se habla de las necesidades fisiológicas de los perros, pero no de las de los niños. Y para desarrollarse adecuadamente necesitan la vitamina D del sol, moverse, correr, jugar. Y si este encierro se prolonga, puede tener consecuencias para ellos».
¿Creen que es injusto poder sacar a pasear al perro, pero no poder salir un rato con los niños a caminar? ¿Tienen más derechos las mascotas que los niños? ¿En serio es imprescindible que los niños y sus familias puedan salir a oxigenarse en los parques cercanos, aunque sea de forma regulada?

Entiendo el debate, y sobre todo entiendo la preocupación de madres y padres sobre los posibles efectos adversos que este confinamiento puede generar en sus hijos, especialmente cuando leo opiniones supuestamente expertas irresponsables y catastrofistas.

Es importante que no perdamos el norte, que recordemos que estamos en una situación extrema, donde cada día mueren más de 800 personas a causa del Covid-19. Permanecer en casa no es un capricho cuando la prioridad es frenar la trasmisión.

Nos hablan de los derechos de los niños, de esos paseos supuestamente indispensables para mantener su equilibrio físico y emocional. Y yo me pregunto si alguien compraría ese discurso, si sólo la mitad de los más de 12.000 muertos que llevamos hasta ahora, fueran precisamente niños. Supongo que, en ese caso, no le estaríamos dando tantas vueltas a esto de si tienen derecho o no al esparcimiento social, porque ni locos les sacaríamos a la calle.

Confiamos poco en nuestros hijos, y desconocemos la increíble capacidad de adaptación que pueden llegar a tener. Soportan madrugones y desayunos acelerados, jornadas maratonianas en guarderías y colegios, recreos en pequeños patios de cemento, extraescolares después de las clases, deberes, y poco tiempo para jugar y estar con sus padres. Si hablan de condiciones antinaturales, ahí tienen unas cuantas.

Sinceramente creo que el problema no es tanto de los niños, como de los padres. Especialmente de aquellos que con este confinamiento se han topado de morros con el tiempo en familia, 24 horas al día todos juntos en casa, muchas horas para criar, educar y entretener, cuando antes la cosa se reducía a tres. Así que en realidad el paseo, el desfogue y la oxigenación es más bien una necesidad nuestra. 

En realidad, cuanto mejor lo llevemos nosotros, mejor lo llevaran ellos. O algo parecido, porque mientras mi hijo de 4 años es feliz aquí metido, sin jardín ni terraza, haciendo los trabajos del cole, viendo pelis, comiendo galletas, inventando juegos, rayuelas en el suelo del salón y circuitos deportivos, ping pong casero, bailes, canciones, volteretas… yo sobrevivo con el contador de energía a cero ya desde la hora de la merienda, día tras día, y es que hay que vivirlo. Pero la criatura no pide salir a la calle, porque sabe que hasta que «no maten al bicho», todos estamos donde tenemos que estar, en casa.

Los niños estos días están viviendo aprendizajes importantes, cosas que seguramente no olvidarán, cosas que no se aprenden en los libros. Y nosotros, los adultos, también.

Dice el neurobiólogo y catedrático de la Universidad de Salamanca, José Ramón Alonso, que «saldremos de esta habiendo aprendido, pensado, y valorando más el trabajo de nuestros maestros, que se pasan ocho horas al día con nuestros hijos y aún nos atrevemos a reprocharles su trabajo». Pues ojalá, que buena falta nos hace.

Sofía Morán de Paz (@SofiaMP80) es licenciada en Psicología y madre en apuros
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