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De vueltas y revueltas

12/09/2020
 Actualizado a 12/09/2020
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Tumultuosos días estos de septiembre de retornos, vueltas y revueltas en el que este totum revolutum pretende robarnos la calma. Extraño y desapacible inicio de curso a las aulas vacías que esperan, temerosas, el retorno de los habituales. Los mismos que abandonaron a destiempo estancias, pasillos y anaqueles para vaciar de cotidianeidad sus días sustituyendo cálidos tumultos por metálica asepsia digital. Y la desbandada de los jilguerillos se tornó en reductos acotados por franjas horarias que cercenaban sus ansias de libertad. Ellos, más que nadie, necesitan volar en bandada porque es su esencia, ese alocado y cómplice gregarismo adolescente.

Y aquí estamos ahora, intentando remontar el vuelo tras haber abandonado, como nuestras avecillas, el nido de nuestros pueblos. Ese que fue regazo amoroso al pie del pico Polvoreda o a la solana matutina del banco de la plaza , que vivificó nuestra piel en las aguas del Torío o endulzó las dulces noches estrelladas rociando nuestros pies desnudos con el sugerente relente que desprendía el rocío del césped.

Nuestros pueblos lánguidos que se llenaron de vida tras la sangría huida que sus hijos pródigos les legaron. Pero regresaron las urbanas golondrinas del garaje sus coches a aparcar bombeando sangre ficticia al campo que fue cómplice de sus juegos de infancia. Y en el bar huérfano de partidas no se oyó el rugir retador de las fichas del dominó. No fuera que la benemérita fuera a entrar sin aviso.

Mientras, los lugareños, ora perplejos, ora divertidos a la par que molestos por tal multitudinario desfile andaban un tanto escamados porque pese al bando que decretaba la suspensión de eventos y festejos varios, en la villa las calles aparecían un tanto como abarrotadas y en algarabía continua mientras la escuela año tras año, se desangra de aquellos que anidarán solo en verano para recuperar paisajes de niñez perdida. Montes que se vaciaron de vida humana para poblarse de la legítima animal y vegetal.

Y ahora el reencuentro con lo que tuvimos que abandonar, la lucha, las normas y la burocracia protocolaria. A retomar el pulso de la vida ante la desazón del continuo temor al susto. A retomar miradas calzando espuelas que nos autoguíen manteniéndonos erguidos, vigilantes, sin olvidar nuestra misión docente al margen de todo y todos, rebuscando los aprendizajes que subyacen en cada acto, en cada encuentro, en cada temor. Vaciando nuestras cabezas de incertidumbres y miedos y repitiéndonos aquel aforismo latino que no por manido y arcano, es menos valioso: Omnia in bonum.
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