Imagen Juan María García Campal

De unos amenes y un yelmo

19/05/2021
 Actualizado a 19/05/2021
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Probable es que este texto me traiga alguna que otra bendición –bien por lo civil, bien por lo clerical– así como alguna otra maledicencia –bien por lo laico, bien por lo ideológico, a veces, tan parecido, en su fe y amenes, a lo religioso–. Mas otro personal fracaso sería obviar los años dedicados a la conquista y defensa del propio aire y velamen para surcar tiempos y espacios libremente, con libre mente y, ahora, guardar silencio.

Se sabe que esta última semana el Madrid, Madrid, Madrid, o sea, el capitalino, ha tenido cierto sonido, ruido y eco leonés debido a la lid suscitada por la concesión de la Medalla de su Ayuntamiento al escritor Andrés Trapiello.

Si hubiese tardado un poco en escribir mi artículo anterior, ‘Argumentos, no amenes’, bien hubiese podido citar uno de los más ilustrativos ejemplos de lo que pretendía explicar en él; pues a poco más de tres horas de enviar mi artículo (16:36 h) pude leer un amén ejemplar (19:44 h) en un noticiero digital leonés y contrastarlo en un previo pódcast de una emisora nacional (10:28 h). El amén al respecto es del portavoz socialista en dicho ayuntamiento, Pepu Hernández: «No sé en qué punto exactamente estamos en desacuerdo con lo que dice en sus libros Trapiello». ¡Amén de oro!: No sé, pero estoy en desacuerdo (porque dice el oráculo que lo estamos). ¡Viva el criterio personal! ¡Viva la liberalidad! (Cualquiera escribe ‘Libertad’).

Aun cuando, según consta en los papeles, el motivo –sobrado– para la distinción honorífica fue y es «la obra que ha dedicado a la capital y por haber convertido su pasión por esta ciudad en la obra de su vida», no han faltado tribunos de verbo y pluma que cual inquisidores se han acercado –quizá por vez primera– a sus obras y opiniones a fin de cercenar su mérito literario por cualquier causa o por «revisionista»; histórico, supongo. Cómo serían los amenes que hubo de salir el ministro de Cultura a desautorizar a tan fervorosos fieles.

Imaginé a Trapiello con yelmo, pues como enseña (a dudar) en su obra ‘Sí y no’ (Península, 2002): «Las palabras, con el uso, se van redondeando todas, como las piedras que se hallan en el lecho de los ríos. Aun así, basta con que alguien tome uno de tales cantos y lo lance con tino para que pueda romperle a otro la cabeza». Quizá una de esas piedras es hoy, otra vez, la palabra «revisionista».

¡Ay, las nuevas y viejas ortodoxias! ¿Queda algún partidario de la heterodoxia, alguno del librepensamiento? ¡Qué silencios!

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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