De raza hombre bueno

Manuel Rodríguez tiene 90 años y desde que se jubiló acude cada día a la Casa de Fraternidad de Cáritas en Cistierna, a echar una mano, "muchas veces sólo a dar conversación a gente que no somos nadie para juzgarlos, te cuentan unas historias..."

Fulgencio Fernández
06/01/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Antonio, el manitas Manuel, Fernando el de Cáritas y Jimmy, que el viernes pasó por Cistierna, como hace cada año por estas fechas. | MAURICIO PEÑA
Antonio, el manitas Manuel, Fernando el de Cáritas y Jimmy, que el viernes pasó por Cistierna, como hace cada año por estas fechas. | MAURICIO PEÑA
Es una gozada llegar a cualquier pueblo y encontrar a gente como Antonio. 90 años (los hace el día 16), 45 de empleado de Feve y desde hace más de 25 años acude cada día (mañana y tarde) hasta la Casa de Fraternidad que Cáritas tiene en Cistierna. «¿A qué voy? A lo que haga falta, allí me lo dicen, muchas veces solo es darles conversación a los que están allí, que necesitan que alguien les escuche».

Como anécdota. Llegamos a la casa(con Mauricio Peña) sin decir nada, entramos y Antonio nos mira y dice: «Somos dos más a cenar, habrá que repartir lo que tenemos».

- No, venimos a hablar con vosotros.
- Vale, pero tendréis que cenar; insiste, mientras nos ofrece unas castañas que acaban de asar sobre la chapa y huelen a gloria.
- Abrimos todos los días a las 12 de la mañana y por la tarde a las siete y media, para dar las comidas y las cenas y después ya se quedan a dormir. Muchas veces basta con tranquilizarlos, porque llega gente que ha bebido, que tienen algún problema; explica este paisano que reconoce que en activo «me tocó pringar mucho. Estuve en Valencia, en Asturias y después en todas las estaciones de León a Bilbao... y casi en todos los apeaderos».

Desprende tranquilidad, habla pausado, se le nota la bondad que practica y como toda la gente de esta generosidad trata de quitarse importancia. «Yo les dedico un tiempo, que como jubilado el tiempo me sobra, y así al tener algo que hacer, porque esto ya es como una obligación, pues camino, estoy activo y no me quedo en casa tumbado en el sofá... En la casa el que cocina es Fernando».

Que es cierto. Fernando es el trabajador de Cáritas que lleva el centro, un hombre también de tradición solidaria, con diez años de estancia entre los más necesitados de Bolivia y otros países de América latina, pero que pone los puntos sobre las íes. «Éste es mi trabajo, en Cáritas, y me gusta, pero lo de Antonio es de mucho mérito, no falta ni un día, siempre dispuesto... es un tipo fenómenal».

También asiente Manuel, ‘el manitas’, otro vecino que de vez en cuando pasa por allí para si hace falta alguna chapuza. «Tú escribe de Antonio», me recomienda.
Y Antonio te cuenta las cosas de la Casa de Fraternidad, te insiste en que tenemos que volver cuando esté restaurada porque están a la espera de una profunda reforma. «Un cura que se murió, que fue el que me trajo a mí la primera vez (José Antonio González Morán), dejó toda su herencia destinada a que arregláramos esta casa porque él era muy de Cáritas, de atender a los pobres, y estamos pendientes de empezar las obras, por eso ahora está todo un poco manga por hombro... Tenéis que volver», insiste.

Y habrá que volver, bien lo merece.

Dice Antonio que casi todos los días hay algún usuario de la Casa de Fraternidad, generalmente dos o tres, «pero también tenemos jornadas que se llenan las seis plazas de las que disponemosen las habitaciones. A veces hay alguno más y se quedan en el diván del comedor, lo que no se puede es dejar a nadie en la calle», dice convencido el bueno de Antonio.

- Aquíhabrás visto y escuchado un poco de todo...
- Imagínate. Te cuentan cada historia, te da mucha pena. Unos no tienen familia, otros se han separado y alejado de la familia, algunos entran y salen de la cárcel, ya se han hecho a esa vida, otros no tienen trabajo y vagan por ahí aprovechando sitios como éste, en el que pueden estar dos días y no les cobramos nada, ni cama ni comida, les damos una muda limpia y si necesitan ropa también tenemos un pequeño ropero con el que nos arreglamos.
- ¿Y qué piensas de ellos, de la vida que llevan?
- Yo no soy nadie para juzgarlos; sólo te digo que no te veas como algunos de ellos, solos, alcoholizados, caminantes sin rumbo fijo, que pueden cambiar de destino sobre la marcha.
- ¿Hacia dónde caminan en fechas como estas por Cistierna?
- La mayoría van camino de Guardo o de La Robla; si piden limosna y sacan para el tren pues se suben hasta dónde puedan y siguen buscando lugares como nuestra Casa de Fraternidad, en La Robla hay otra, por Guardo... Están en camino de manera permanente.
Es lo que en el argot se llama carrilanos, que en este caso no se refiere a un determinado oficio del ferrocarril, sino a «los que están en el carril, a los que van de aquí para allá sin rumbo fijo, donde les lleve el carril».

Y allí aparece uno de ellos, Jimmy, un belga que cada año suele aparecer por Cistierna, de camino a... Estáfeliz porque ha encontrado un coche de niño, le ha quitado elcapazo y en los huecos coloca dos jaulas en las que puede llevar sus cosas. «Es que tengo una hernia de estómago y nada más que hago unesfuerzo se me sale. Ycomo no tengo seguridad social porque no estoy empadronado ...».
- ¿Porqué no te empadronas?
- Porque no quiero, yo soy belga, hijo de española y llevo 23 años aquí, pero quiero ser belga, no se puede renunciar a lo que uno es.
- ¿Para dónde vas?
- Hacia Santander, creo.

Jimmy es un viejo conocido en la casa deCistierna. Es muy hablador, te enseña la hernia de estómago por menos que canta un gallo, se mete la mano para que veas por dónde se le abre, reconoce que fue alcóholico y que eso es malo, pero «esta vida es así».

Y peor parece ser la anterior vida que te cuenta. Abandonado, hijo de madre maltratada, su padre se suicidó, un hermano también... «y yo voy de aquí para allá, nada me ata en ningún lado, aunque también hay gente que me trata muy bien» mientras señala para Antonio y Fernando.

Cada personaje es una historia, cada uno que pasa una biografía... «a veces te engañan las apariencias, recuerdo un día que llegó uno con un coche, que no es habitual, bastante educado. Ypor la noche llegó la guardia civil a por él», cuenta Fernando, que como Antonio no es partidario de juzgar y sí de ayudar.

Nos insisten en que pronto la casa va a tener otra cara más atractiva después de la obra con los fondos que donó José Antonio González Morán que, nos explica Avelino García el cura de Cistierna, «era natural de Carrocera, pero se implicó mucho aquí en la ayuda a los necesitados».

Por suerte, y en este caso para bien, también aquí se puede decir lo de «hay gente pa'to».

- Bueno, volveremos a ver la casa cuando esté la obra finalizada.
- No se os olvide, pero ¿de verdad no queréis cenar nada? Repartimos.
Gracias Antonio... por existir.
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