De poetas y panaderos

18/11/2021
 Actualizado a 18/11/2021
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Este oficio de compañero de viaje de gentes diversas para ver qué ocurre te lleva muchas veces a lugares insospechados e insospechables. Locuras de esas que después lamentas no poder contar pues el drama de ‘este andamio’ es que lo que no puedes desvelar suele ser mucho más interesante que lo que sí cuentas. Que lo que te dicen delante de un tapete de mus o tute es mucho más divertido que lo que luego te cuentan ante la luz roja encendida de una grabadora.

La anécdota es lejana, pero no tanto. El compañero, un poeta tan imprevisible como un soneto de veinte versos. A las cuatro de la mañana, cuando ya nos empezaban a quitar los frutos secos para ver si nos rendía el hambre ya que la sed parece que no remitía, se le ocurrió que necesitaba «percibir el olor a pan recién sacado del horno, un olor que vivía en su memoria y, de cuando en vez, necesitaba volver a sentir o sentiría un vacío de consecuencias imprevisibles».

Nadie nos hizo caso en los presuntos obradores capitalinos, quien abría la ventana cerraba la puerta, por lo que tuvimos que acudir a territorio amigo y después de una hora de viaje el panadero nos abrió la puerta del horno de leña donde barras y hogazas cocían.

Aquella boca abierta disparó una ola de calor que se agradecía y mucho en aquella noche de helada, ya casi al amanecer. Pero era cierto que aquella boca envolvió aquel agradable calor en un aroma a algo que sólo podía ser pan recién hecho. Inconfundible.

Siempre he pensado desde entonces que los poetas no están tan locos como parecen. Siempre he creído desde entonces que no existe la justicia si no declaran a los panaderos Patrimonio de la Humanidad... Por lo menos a los que hacen pan de leña.
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