13/12/2021
 Actualizado a 13/12/2021
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Si le digo que la sociedad en la que vivimos es una sociedad de plástico, y cada día que pasa bastante más, creo que no le cuento nada nuevo que usted no supiera. Y no me refiero a que la mayor parte de los productos que consumimos vengan envueltos en este material o que este componente está presente en nuestra vida desde que nos levantamos hasta que nos acostamos y, por mucho que cacareen por ahí arriba doctrinas sobre el reciclaje y el reaprovechamiento, deshacernos de él supone un verdadero problema.

Tampoco, porque no merece la pena, vengo a reprochar nada a la gente de plástico en el sentido de aparentar vivir una vida alejada de sus posibilidades aunque sea a base de créditos y mucho menos a insistir en los personajes modificados en lo estético a costa, precisa y coloquialmente hablando, de derivados del petróleo. Que, por cierto y dicho sea de paso, menudas chapuzas se ven por la calle desde que estos retoques están más o menos al alcance de cualquiera y han llegado más allá de las fotos en las revistas del corazón.

Una sociedad de plástico es la nuestra, donde se enciende una vela a Dios y otra al diablo con la misma facilidad que tienen algunas personas para ir detrás de un cura unas veces con el cirio y otras con un palo, como ya escribió Agustín de Foxá, o ser el pueblo que más blasfema y el que levanta las más suntuosas catedrales y las quema luego, tal y como asentó el gran Dalí mucho tiempo antes de saber que una vicepresidenta del Gobierno y militante comunista asegurara haber tenido un encuentro «muy emocionante» con el Santo Padre.

Tal vez por todo esto tampoco debería sorprendernos que la gallega le llevara al compañero junto a los versos de Rosalía una estola de plástico. Sí, de polímeros de plástico reciclado y aunque la faja en cuestión tenga poco de litúrgica, la propaganda sobre una supuesta preocupación por el cambio climático y la fotografía de la bendición apostólica para continuar un proyecto político personal son lo que se buscaba y lo han conseguido. Además de deleitar al rojerío, que está encantado.
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