Imagen Juan María García Campal

De mi empanada saramágica

24/08/2022
 Actualizado a 24/08/2022
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Este texto debería escribirlo a bolígrafo –Paco Flecha: tú callado– y titularse ‘De la humildad de los grandes’. Y conste que uso el plural porque muchos son los maestros que en varia disciplina conocí y conozco que, aún su arte y prestigio, me han sorprendido por su humildad y generosidad hacia este y otros muchos aprendices. Tomen nota tantos de estos últimos.

Pero, al título. Últimamente, de los lugares donde más constato mi empanada –en el sentido de confusión– es en los estantes de mi biblioteca. Por lo cual, a veces, maldigo de ella –la empanada no la biblioteca– o sea de mí mismo, y otras, como hoy, le rindo gratitud, pues no solo me llevó de nuevo a Saramago, sino que me ha resuelto varios regalos pendientes y, mucho me temo, por venir o irse.

La cosa fue que, estando yo en mi mesa de disfrute, que no de trabajo, habló la radio de Saramago y, en concreto, de su inacabada obra ‘Alabardas’ (Alabardas, alabardas, espingardas, espingardas).

Sabedor de la ubicación de sus obras a mi espalda, presto giré la silla, repasé en su verticalidad todos sus títulos y, ¡maldición!, ¿cómo puede ser que yo no tenga ‘Alabardas’?

Urgido, raudo lo busqué en la página web de mi librería habitual. Nueva ¡maldición!, ‘Agotado’, y tras nueva búsqueda en ibérico portal de libros, acabo comprando un ejemplar en buen estado –que resultó perfecto– en Alemania y que la suerte y calidad de los servicios públicos de correos hicieron que me llegase en veinticuatro horas (sí, si no lo veo, no lo creo).

Su lectura fue alimento terrenal que completó mis aireados y leídos re-desayunos. Y fue en esa lectura donde, de nuevo, encontré la sabida humildad de Saramago.

Ochenta y ocho años, premio Nobel de literatura y, el 15 de agosto de 2009, anota en su diario: «El gancho para arrancar la historia ya lo tengo...», y en el mismo párrafo un poco antes: «No lo esperaba, pero sucedió mientras estaba aquí sentado, dándole vueltas a la cabeza o ella dándome vueltas a mí». ¡Ay ese gancho! ¡Ay ese «pero sucedió...». ¡Ay ese «o ella dándome vueltas a mí»! Qué palabras más esclarecedoras y liberadoras.

A la hora de atesorar el libro en su lugar, veo que en vertical no cabe y que, aún siendo de la ‘S’, no puedo hacerle el hueco que alfabéticamente le corresponde. Lo colocaré en horizontal sobre sus hermanos. Mas, ¡ah empanada! ¡Ah prisas! Allí acostados, riéndose de mí, mas también ofreciéndose al regalo, hay otros dos ejemplares de ‘Alabardas’ (empanada, empanada). ¡Ay Suerte!

Buena semana hagamos y tengamos. ¡Salud, versos y párrafos!
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