De lo divino y lo humano

Desde mi más tierna infancia - eran aquellos los tiempos del nacionalcatolicismo- escuché múltiples y variadas versiones en torno a un hecho especialmente relevante para los lugareños del entorno del Santuario de Santa María la Real del Cebrero: ‘O Santo Milagre’

Marcelino B. Taboada
20/08/2017
 Actualizado a 19/09/2019
Pallozas del mágico Cebreiro.
Pallozas del mágico Cebreiro.
Los vestigios (reliquias) de ciertos personajes históricos, máxime si se trata de Cristo, han sido desde tiempos remotos objeto de adoración, búsqueda incesante, adjudicación de atributos especiales y dotados, a veces, de propiedades milagrosas, sobrenaturales o divinas. Sirvan de ejemplo, en este caso, la ‘Sindone’ o Sábana Santa, el manto (supuestamente repartido entre los soldados custodios romanos), el ‘Lignum Crucis’ (pedazos de la Cruz en que inmolaron al Mesías) o, con una mayor incidencia trascendental, el Cáliz de la Última Cena.

Un dato anecdótico de este trayecto: la ermita dedicada a San Froilán en Herrerías, patrono de LugoSe ha de aludir, preliminarmente, a la actualidad de este tema, cuyo tratamiento va a resultar un tanto estival y ameno.
Por un lado, todavía recordamos la identificación (y subsiguiente controversia) del Vaso Sagrado de Doña Urraca con este símbolo esencialmente religioso (al igual que ha venido sucediendo, recurrentemente, en otras numerosas ubicaciones y lugares sagrados). Pero, a fin de materializar tal portento en un hecho legendario, nada mejor que transcribir una narración que referí personalmente, en más de un centenar de ocasiones, a varios poco incautos peregrinos que se dirigían prestos a Compostela (en mi condición de acólito-monaguillo y enamorado de este enclave ‘cuasi’ berciano).

El Milagro del Cebreiro

Desde mi más tierna infancia ‒ eran aquellos los tiempos del nacionalcatolicismo ‒ escuché múltiples y variadas versiones en torno a un hecho especialmente relevante para los lugareños del entorno del Santuario de Santa María la Real del Cebrero: ‘O Santo Milagre’.

En primer lugar cabe señalar que, en mi opinión, esta aldea o conjunto rural no constituye nada excepcional a primera vista. Creo que el topónimo deriva del vocablo gallego ‘Acivreiro’, es decir, que sus inmediaciones pudieron estar pobladas, en parte, por uno o diversos acebedales. El clima de antaño y las condiciones edafológicas así lo avalarían.
Sin embargo, también he sentido y recibido las observaciones de muchos peregrinos que ven algo extraño en este poblado prerromano. Quizá se trate de un magnetismo evidente y casi insensible, de fuerzas telúricas o energéticas.Lo que es cierto y constatable se reduce a que O Cebreiro se ha revelado como «uno de los hitos destacables del Camino de Santiago».

Hará medio siglo el tiempo meteorológico era más extremo, desabrido y crudo. Para reafirmar este apunte baste un dicho o refrán de los más viejos del lugar: «No Cebreiro tres meses de inverno (el verano) e nove de inferno (el resto de la temporada anual)».

El Castillo de Sarracín pasó por las manos templarias. Y su razón era su extraordinaria fortalezaPues bien, siempre me llamó poderosamente la atención el rótulo de lo que en su día ‒ y durante siglos ‒ fue un Convento de una Congregación benedictina, cuyos integrantes procedían de Francia: «San Giraldo de Aurillac». Mi buen amigo ‒ el ya desaparecido Cura do Cebreiro (Don Elías Valiña) ‒ nos ilustraría, en su caso, cumplidamente sobre ello.

Mas ya no es posible, aunque su extensa producción centrada en la temática del Camino de Santiago Francés nos haya sido legada puntual y sabiamente.
Sin más circunloquios o disquisiciones, es preciso relatar sintéticamente lo acaecido, con dos condiciones: solamente se referirán datos y circunstancias en las que coinciden prácticamente todos los narradores y, además, es imprescindible mostrar la curiosidad respecto a la datación de la historia: nadie se atreve, a ciencia cierta, a formular o explicar una fecha (ni aproximativa). Por tanto comenzaremos con una fijación temporal ambigua.

Hace años, según nos ha sido transmitido y aseguran nuestros ancestros, un aldeano del cercano ‒ relativamente ‒ pueblo de Barxamaior (de la parroquia de O Cebreiro) se decidió a acudir a la Misa dominical, a pesar de las inclemencias del duro invierno (nieve, viento, helada en los rincones sombríos y otras dificultades: xistra, ‘pulva’, peligro de saraiba,…, conforme al lenguaje autóctono).

Tal era la cantidad y grosor del manto blanco caído que, en algunos tramos de su itinerario por sendas, «corredoiras», caminos... le cubría la nieve prácticamente hasta la cintura. Tal contingencia desagrable, no obstante, no lo arredró y continuó su penoso periplo. De todos modos, al ser su avance lento y parsimonioso, se retrasó y pensó que, si bien perdiera el oficio religioso, por lo menos se le permitiría rezar.

Al fin, después de tan hercúleo esfuerzo, el buen feligrés accedió a la ermita.
Hallándose en esos justos instantes el monje vuelto de espaldas, como se contemplaba entonces en la liturgia, no se percató de ninguna forma de que se encontraba acompañado por otra persona. Estaba, precisamente en ese momento, procediendo al acto central de la celebración: la Consagración.

O Cebreiro se ha revelado como «uno de los hitos destacables del Camino de Santiago»Nada más que alzó la hostia, procedió a hacer una genuflexión y volvió su mirada hacia el recién venido. Y se sorprendió de que, en aquel contexto tan poco propicio, un fiel osara acercarse a cumplir con su deber dominical. Permaneciendo, pues, el clérigo absorto en estos pensamientos, sucedió algo inexplicable y extraordinario.
Al elevar el cáliz, en señal de adoración, el pan ácimo se transfiguraba en la Carne de Cristo y el vino en su Sagrada Sangre.

El oficiante no sabía cómo reaccionar: estupefacto y maravillado, contemplaba el reguero de sangre que se precipitaba desde el altar o ara.
Dicen ‒ y algunos creen firmemente por su fe ‒ que estas reliquias se hallan contenidas en unas ánforas-sagrarios que se exponen en este templo emblemático.

Las gentes de los alrededores, coincidiendo con la Fiesta de la Encina, cumplen con el precepto de ir a realizar peticiones a la Santa Virgen por sus intenciones. He comprobado, hace años, la presencia de devotos que iban andando descalzos unos cuantos kilómetros.
O un familiar directo que, para satisfacer una promesa, daba hasta una docena de vueltas de rodillas rodeando el presbiterio.

Finalmente, es conveniente aludir a las búsquedas denodadas ‒ efectuadas por hombres de diferentes épocas ‒ de símbolos con unas cualidades cuasidivinas: el «bálsamo de Fierabrás», la «piedra filosofal», el «Santo Grial».El último citado se identifica con la copa o cáliz que se utilizó durante la Comunión postrera de Cristo con sus discípulos, ante la inminencia de su Prendimiento, Pasión y Muerte.
La leyenda afirma taxativamente que «el que lo posea dispondrá de poderes sobrenaturales».
¿Y si el Santo Grial hubiera sido ocultado en O Cebreiro, basándose en su falta de ubicación real y en el evento increíble que se ha relatado?

Como epílogo, refrescaré la memoria tradicional a través de una admonición que se conserva aún actualmente:
«E se vas a Santiago tes que pasar polo Cebreiro, que Deus éche primeiro».
Pero, de cualquier modo, antes de internarse en la empinada senda que conduce hasta O Cebreiro podremos extasiarnos con la contemplación – cual ruinas dignas de mejor suerte – de la fortaleza de Sarracín (que, conjuntamente con su compañera desaparecida de Auctares) perteneció, no por un espacio excesivamente dilatado, a la Orden Templaria por lo que respecta a «grandes protectores y asistentes de los peregrinos jacobeos».

El Castillo de Sarracín pasó por las manos templarias. Y su razón era su extraordinaria fortaleza, hasta el punto de que los hermanos Valcarce se defendían de los ataques con la pequeña provisión de cinco estacas.
Ante tal proeza defensiva, en el escudo heráldico de los Valcarce figuran cinco estacas.
Así, Sarracín fue sitiado y asediado en varias ocasiones sin ningún resultado: se tiene constancia de la impotencia de los Irmandiños para conquistarlo y de que hizo parada en él el Emperador Carlos I, en tránsito hacia Alemania para su coronación.

La justificación de ser templario estriba en que esta Orden protegía las peregrinaciones, tanto a Jerusalén como a Compostela, y el Señor del Castillo de Autares era el recaudador y beneficiario del Portazgo.
Un apunte que avala la intervención de los Templarios en esta zona de la ruta Jacobea es que la patrona de Veiga de Valcarce es Santa María Magdalena, santa de gran devoción y predilección de esta sagrada Orden.
El itinerario que correspondía a los últimos pasos para llegar a Galicia era determinado por A Veiga – Ruitelán - As Ferrerías (topónimo que indica ‘herrerías’ y fraguas) - A Faba - A Lagoa de Castilla - O Cebreiro.

Algún dato anecdótico de este trayecto lo constituye una ermita dedicada a San Froilán en Herrerías, patrono de Lugo, o la construcción de un Albergue de Peregrinos en A Faba, regentado por unos benefactores alemanes, en recuerdo de la leyenda que trata sobre la pérdida de un peregrino alemán, que fue guiado por los silbidos de un pastor, para postrarse con devoción ante el Santo Grial del Cebrero.
Archivado en
Lo más leído