De la Senda de la Sortija al Camino de la Costana

Panegírico a D. Tomás y D. Manuel, médico y párroco, por identificar y recoger a los fusilados en Villadangos

Rubén García Robles
27/09/2020
 Actualizado a 27/09/2020
El cementerio de Villadangos del Páramo. | L.N.C.
El cementerio de Villadangos del Páramo. | L.N.C.
Exiliados en una fosa, de madrugada y en sueños, han venido a despertarnos. No quisieron huir porque no habían hecho nada. Ni siquiera supieron mentir cuando fue la Guardia Civil a buscarles a sus casas. Fue en León, en un pueblo donde al camino del cementerio se dice Camino de la Costana. Hace demasiado tiempo para recordarlo en detalle, pero tan doloroso que es un recuerdo vivo, muy vivo, porque les siguen esperando en sus casas. Pecados, todos, el mayor, ser humano y poder, o no, cometer todos los pecados que caben en una mano. Pero algunos se perdonan y otros nunca sabrán perdonarlos. Ser recaudador, zapatero, padre, esposo, hermano. Ofender a algunos por hacer un pozo artesiano y el pozo sigue manando. Ser alcalde, ser recaudador, ser humano. Pertenecer a Unión Republicana, familia de republicanos. Y el mayor pecado, comprometerse con los valores del Republicanismo: el progreso, la prosperidad y la riqueza a través del esfuerzo y del trabajo.

Aún es mediodía, maldito día de octubre, 1936, maldito año. A casa les fueron a buscar y a la cárcel del Ayuntamiento los llevaron. Un camión a León, cuando León escondía San Marcos. Y cuando aún no sabían lo que era la cárcel, ni sus rejas, ni sus patios, les sacan por otra puerta para que no haya hilos que se muevan y que puedan indultarlos. Un reloj de bolsillo sale de entre las rejas, por delante de una mano y el reloj que sale de San Marcos se para y ya no vuelve ni su hora ni su mano.

Van atados como reses, ya sube el camión por Trobajo. Vuela y saltan las piedras, se aprietan dientes, rechinan neumáticos. Entre dos fuegos de luces el camino se hace largo. Recogen hombres y mujeres y el camión van llenando. Aparece de entre los campos matorral y monte bajo y los cazadores bajan con miedo y el miedo quiere cazarlos. Los sueltan como a conejos, atados de pies y manos. Les sueltan, se giran y dan apenas dos pasos. Se abrazan a las sombras y suenan seis fogonazos. Se amontonan en el monte, fuera de sendas: Raposeras, Failar, Villadangos. Un factor desde las vías ve las luces, ve los cuerpos, ve los carros y el cura y el médico ponen cordura, ponen medios, piden manos. En medio de la sinrazón devuelven identidad, la humanidad hace humanos.

Aquella humanidad que les pone nombre y les lleva al cementerio en carros, es una ventana por la que vernos, mirarse, mirarnos. Yo quiero que me miren así y me nombren como humano, pero habrá de pasar tiempo, como ha pasado y tendrán que juzgarnos, como también nosotros juzgamos. Ese comportamiento es una ventana en el medio, que no es de nadie y está pidiendo que la abramos. Es hija de un comportamiento, amigo Sancho, «cada uno es hijo de sus actos». Quiero que mi familia pueda llevar a un ser querido, sus restos, sus huesos, de la Senda de la Sortija, al Camino de la Costana, pasear sobre sus huesos sus manos, acariciar, abrazarlos.

El pueblo de Villadangos no solo custodia sus restos, custodia un episodio cuya resonancia y ecos está pidiendo que miremos desde la reflexión de quien compromete profundamente en sus hechos, cosas del alma futura, del aliento presente, del ánimo pasado. Un médico, cura del cuerpo y un párroco, médico del ánimo, cuyo coraje vivo les llevó a enfrentarse a cuadrillas de pistoleros que de puras ganas les habrían llevado a tiros al infierno más bajo, unieron sus esfuerzos, mano a mano, para devolver la cordura y la razón a un lugar y a un tiempo en Villadangos.

Esos hechos loables y narrados están reclamando nuestra atención para demostrarnos que solo hay un modo de devolvernos la humanidad, a través de la humanidad de nuestros actos. Los restos, la arquitectura ósea sobre la que un día se levantaron, devolverá la salud a los ánimos y al reintegrar los huesos al pueblo del que salieron, estaremos consiguiendo una identidad para nosotros, a través de un comportamiento que otros también escucharán, porque nuestros actos están llenos de resonancias, emiten ecos. Y serán otros los que vendrán a escucharlos.
Archivado en
Lo más leído