Diez de ellos llegaron el pasado jueves gracias a la solidaridad de la Asociación Leonesa Bielorrusa de Afectados de Chernóbil (Albac), que cada año acoge a niños enfermos por la radioactividad del accidente nuclear. Su presidente, Carmen Ferreras, teme que la situación política actual no permita seguir con este programa, por lo que decidió aprovechar los fondos de la asociación para ayudar a las familias que abandonan Ucrania huyendo de la guerra. Con esa idea contactó con la ONG asturiana Expoacción para dar techo a diez personas, tres madres y siete niños. Para ello, contó con la complicidad de los ayuntamientos de Gradefes y Valdepolo, que se hacen cargo de pagar los alquileres mientras que Albac costea los gastos de luz, agua, etcétera.

«Dicen que solo quieren trabajar y aprender un poco de español para llevar esta pena que tienen, porque han dejado allí a sus maridos, padres y hermanos, los diez que vienen con Albac son de Kiev y han visto sus barrios derruidos en la tele y están bastante asustados», cuenta Carmen Ferreras. Una de las primeras palabras en español que han aprendido es gracias, pero «tienen muchas ganas de llorar, están desubicados y con mucha falta de cariño, siempre dicen que por favor cuando acabe la guerra quieren volver a Ucrania, incluso me decía una si por favor yo les ayudaba entonces a pagar el billete de vuelta», cuenta. Han llegado con una sola bolsa de pertenencias y algo de ropa y calzado que recibieron en Asturias, por donde pasaron antes de llegar a la provincia.
A las tres familias acogidas por Albac en dos viviendas de la ribera del Esla se unieron ayer los cinco ucranianos que viven en Sahechores con Montse y Javier, dos leoneses que han abierto las puertas de su casa de par en par a otra familia que también procede de Kiev. Su involucración viene porque desde 2019 acogen a una niña ucraniana a través de la asociación vallisoletana Ven con nosotros, que trabaja al igual que Albac con menores afectados por el desastre de Chernóbil. En 2020 el programa se detuvo por la pandemia y en 2021 volvió a Sahechores, esta vez junto a su hermana. A ellas «todavía no las hemos podido sacar, aunque la asociación está trabajando en ello», cuenta Javier. Pero ellos no quisieron ponerse de lado y abrieron sus puertas a Verónica y su familia, procedentes de Kiev. Ella estudia traducción y habla perfectamente español. Está junto a su madre y hermanos pequeños, mientras que la otra mitad de su familia se ha quedado en la capital ucraniana. El camino para abandonar su país fue «largo», reconoce Verónica. Salieron hacia Moldavia y el trayecto se alargó dos días. «Hay mucho tráfico, todos eligen caminos seguros», cuenta. Con los que no han podido abandonar el país mantienen comunicación constante y «leemos las noticias porque tenemos que saber qué tal están».
Todos confían en que la guerra «termine lo más pronto posible» aunque son conscientes que volver es de momento «difícil y peligroso». Mientras tanto y con el corazón allí, tratan de aclimatarse a su nuevo hogar, a miles de kilómetros de Ucrania pero donde ya cuentan con el cariño y la complicidad de sus nuevos vecinos.