De Kiev a la ribera del Esla: "El alma se nos quedó allí"

Quintana de Rueda dio este domingo la bienvenida a cuatro familias refugiadas que han llegado a la localidad, a Gradefes y a Sahechores

Cristina Centeno
21/03/2022
 Actualizado a 21/03/2022
Las familias ucranianas que han llegado estos días a Quintana de Rueda, Gradefes y Sahechores fueron este domingo las protagonistas de la tarde de convivencia. | SAÚL ARÉN
Las familias ucranianas que han llegado estos días a Quintana de Rueda, Gradefes y Sahechores fueron este domingo las protagonistas de la tarde de convivencia. | SAÚL ARÉN
En la casa de cultura de Quintana de Rueda las banderas de España y Ucrania eran este domingo una sola. Varios habitantes de la localidad y de otros pueblos de la ribera del Esla se unieron para dar una calurosa bienvenida a las familias de refugiados que estos días han llegado a la zona. Alrededor de un chocolate y con la inestimable ayuda del traductor de Google, pudieron compartir sus historias con las de quienes serán sus vecinos durante los próximos meses.

Diez de ellos llegaron el pasado jueves gracias a la solidaridad de la Asociación Leonesa Bielorrusa de Afectados de Chernóbil (Albac), que cada año acoge a niños enfermos por la radioactividad del accidente nuclear. Su presidente, Carmen Ferreras, teme que la situación política actual no permita seguir con este programa, por lo que decidió aprovechar los fondos de la asociación para ayudar a las familias que abandonan Ucrania huyendo de la guerra. Con esa idea contactó con la ONG asturiana Expoacción para dar techo a diez personas, tres madres y siete niños. Para ello, contó con la complicidad de los ayuntamientos de Gradefes y Valdepolo, que se hacen cargo de pagar los alquileres mientras que Albac costea los gastos de luz, agua, etcétera.

En Quintana están Svetlana y Lilia junto a sus tres hijos. Son de Kiev y se muestran «muy contentas» con el pueblo y la acogida, aunque «el alma se nos quedó allí». A través de Tatiana, una compatriota que lleva más de dos décadas en Saelices del Payuelo, nos cuentan que todo aquí «es muy tranquilo» en comparación con su ciudad pero están «preocupadas» porque sus maridos y hermanos están allí, defendiendo su país de la invasión rusa. «Los niños dicen que echan de menos a papá», lamenta emocionada la mujer que se ha instalado en Gradefes junto a sus cuatro hijos. Pese a los duros momentos por los que está atravesando, sonríe bajo la mascarilla al recordar que los vecinos del pueblo se han volcado con ellos en estos primeros días. «Nos traen mucha comida», asegura.

«Dicen que solo quieren trabajar y aprender un poco de español para llevar esta pena que tienen, porque han dejado allí a sus maridos, padres y hermanos, los diez que vienen con Albac son de Kiev y han visto sus barrios derruidos en la tele y están bastante asustados», cuenta Carmen Ferreras. Una de las primeras palabras en español que han aprendido es gracias, pero «tienen muchas ganas de llorar, están desubicados y con mucha falta de cariño, siempre dicen que por favor cuando acabe la guerra quieren volver a Ucrania, incluso me decía una si por favor yo les ayudaba entonces a pagar el billete de vuelta», cuenta. Han llegado con una sola bolsa de pertenencias y algo de ropa y calzado que recibieron en Asturias, por donde pasaron antes de llegar a la provincia.

A las tres familias acogidas por Albac en dos viviendas de la ribera del Esla se unieron ayer los cinco ucranianos que viven en Sahechores con Montse y Javier, dos leoneses que han abierto las puertas de su casa de par en par a otra familia que también procede de Kiev. Su involucración viene porque desde 2019 acogen a una niña ucraniana a través de la asociación vallisoletana Ven con nosotros, que trabaja al igual que Albac con menores afectados por el desastre de Chernóbil. En 2020 el programa se detuvo por la pandemia y en 2021 volvió a Sahechores, esta vez junto a su hermana. A ellas «todavía no las hemos podido sacar, aunque la asociación está trabajando en ello», cuenta Javier. Pero ellos no quisieron ponerse de lado y abrieron sus puertas a Verónica y su familia, procedentes de Kiev. Ella estudia traducción y habla perfectamente español. Está junto a su madre y hermanos pequeños, mientras que la otra mitad de su familia se ha quedado en la capital ucraniana. El camino para abandonar su país fue «largo», reconoce Verónica. Salieron hacia Moldavia y el trayecto se alargó dos días. «Hay mucho tráfico, todos eligen caminos seguros», cuenta. Con los que no han podido abandonar el país mantienen comunicación constante y «leemos las noticias porque tenemos que saber qué tal están».

Todos confían en que la guerra «termine lo más pronto posible» aunque son conscientes que volver es de momento «difícil y peligroso». Mientras tanto y con el corazón allí, tratan de aclimatarse a su nuevo hogar, a miles de kilómetros de Ucrania pero donde ya cuentan con el cariño y la complicidad de sus nuevos vecinos.
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