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De hombre a número

José Luis Gavilanes Laso
30/07/2015
 Actualizado a 15/09/2019
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El Humanismo renacentista desarrollado durante los siglos XV y XVI fue un movimiento que a lo largo del tiempo ha producido tres paradojas: fue un movimiento individualista que ha conducido a la masificación; fue un movimiento naturalista que ha terminado en la máquina; y, en fin, fue un Humanismo que se ha deshumanizado hoy en puro guarismo.

A la tesis humanista y renacentista derivada en neoclasicismo dieciochesco le brotó, allá por el XIX, el furúnculo antitético del Romanticismo, o primera rebelión contra la mentalidad utilitaria de la razón, el dinero y la máquina. El hombre romántico es el rechazo de una sociedad vulgar y sórdida; una especie de misticismo profano que defiende los derechos de la emoción, la fe, la fantasía. Penetrantes espíritus como Dostoievsky y Kierkegaard intuyeron que algo trágico se estaba gestando en medio del optimismo universal. Hasta que en nuestros días el mismo hombre de la calle siente que vive en un mundo incomprensible, absurdo, irracional, cuyos objetivos desconoce y cuyos Amos, invisibles y crueles, lo manejan. Mejor que nadie, Franz Kafka y Albert Camus expresaron este desconcierto y este desamparo del hombre contemporáneo en un universo duro y enigmático. Y desde que supimos por Nietzsche que Dios ha muerto, nos encontramos ante el grave problema ético de saber quien ha de ocupar los vacíos aposentos divinos. Y es urgente saberlo.

El fundamento del mundo feudal era la tierra, y eso corresponde a una sociedad estática y conservadora. El fundamento del hombre moderno es la ciudad, que caracteriza a una sociedad dinámica y liberal, porque la ciudad está regida por el dinero y la razón. Allá el tiempo no se medía, se vivía en términos de vida sencilla, hogar, hijos, eternidad. Pero cuando irrumpe la mentalidad utilitaria, todo se cuantifica. «El tiempo es oro» y empieza a convertirse en una entidad abstracta y objetiva, numéricamente divisible. El reloj, que surgió para ayudar al hombre, se ha convertido en un instrumento para torturarlo. Antes, cuando se sentía hambre, se lo consultaba para saber qué hora era; ahora se lo consulta para saber si se tiene hambre. Puro mecanicismo.

La ciencia se convirtió en una nueva religión y el hombre de la calle comenzó a creer tanto más en ella cuanto menos la comprendía. El avance de la técnica originó el dogma del Progreso General e Ilimitado. Y se llegó al colmo de la dicha con la electricidad y la máquina de vapor. El ferrocarril multiplicó por cinco la velocidad que con la tracción animal ecuestre había permanecido estática desde que el hombre es historia. La velocidad se siguió expresando en caballos, pero ahora de potencia. Al Hombre Futuro le esperaba, pues, un porvenir más rápido, brillante, longevo y conocedor; y los Grandes Inventos asegurarían una humanidad vigorosa, más buena, más hermosa. Las guerras se harían menos frecuentes, la industria y la tecnología asegurarían la paz y la felicidad universal. No había que levantar la vista al Cielo ni pregar la llegada del Mesías ni del maná, pues estaban ya en la Tierra. Es como la viuda reciente que a las condolencias responde que no tiene pesar alguno puesto que desde que su marido está en el cielo, ella está en la gloria.

Así como la ciencia condujo a un fantasma matemático de la realidad, las ideologías imperantes del capitalismo y su antídoto soviético arrastraron a una sociedad de hombres-cosas. El ‘tener’ se impone al ‘ser’. Tu verdadera valía está más en cuanto ‘acaparas o produces’ que en cuanto ‘vales’. Piensas, degustas o trajeas como ‘se’ piensa, como ‘se’ degusta o como ‘se’ trajea. Los rasgos individuales se convierten en atributos anónimos y sin importancia. El hombre se convierte en algo intercambiable, como un repuesto de maquinaria. Y, en el mejor de los casos, ya que es imposible suprimir los sentimientos, los estandarizará. Colectivizará los deseos, masificará los instintos y lo gustos. Y al salir de las fábricas y de las oficinas, en que se es esclavo de la máquina o del número, se entra en el reino ilusorio creado por otras máquinas que fabrican sueños. Chaplin lo reflejó insuperablemente en Tiempos modernos.

La economía moderna y la ciencia positiva son las dos caras de una misma realidad desposeída de atributos concretos, de una fantasmagoría matemática de la que también, y esto es lo más terrible, forma parte el hombre; pero no el hombre concreto de cuerpo y alma, sino el autómata hombre-masa, despersonalizado, alienado, numerado. Extraño ser que aún mantiene su aspecto humano, pero que, en rigor, es el engranaje de una gigantesca maquinaria anónima. Este es el final contradictorio de aquel semidiós que proclamó la individualidad con la revolución humanista; aquel ser que se desprendió del teocrático ropaje medieval hacia la conquista de las cosas, ignorando que con el tiempo él mismo se convertiría en cosa.
Como si la sensación de una modorra la recorriera, a Europa sólo le ha quedado un único mundo real, el mundo sin alternativas del economicismo, del capitalismo especulativo y salvaje, de la carencia pragmática de ideales. Da la impresión que los grandes principios que constituyeron el motor de la creatividad, la libertad y el individuo, ya no son valores inamovibles. Pero, a continuación de la ‘belle époque’, vinieron dos guerras mundiales para bajar los humos, con millones de muertos y campos de exterminio para certificar hasta dónde es capaz el hombre de ser un lobo para el hombre. Y, actualmente, en tiempos en que las armas están casi adormecidas en Europa, nos sugieren todos los días que la buena coyuntura económica es nuestra salvación y que la solución se halla en la política. Sin embargo, los problemas de nuestro mundo sólo son en parte económicos, y desde el punto de vista político el mundo se ha convertido en algo intercambiable, simplemente porque los conceptos políticos se han vuelto confusos y, paradójicamente, generadores de su contrario, el apoliticismo.

Podemos definir como rasgo más característico del siglo XX, y su continuidad en el XXI, precisamente el haber barrido de manera completa la personalidad y transformado el ser humano en un autista insaciable e inconmovible envuelto en cifras: tantos millones de parados, de miles de refugiados que huyen despavoridos de su país, cientos de espectadores, decenas de muertos por accidentes, por desnutrición, por enfermedades... Te identificas, más que por el nombre y apellidos, por un DNI personal, fiscal y sanitario, y comunicas a través de un artefacto móvil asignado a un número. Cualitativamente tu dinero en depósito tiene veinte dígitos y sacarlo de un cajero exige un número. Hasta para comprar la carne o el pescado en el supermercado eres un guarismo, aunque cuando te llegue el turno te digan: ¿qué te pongo, corazón? Deshumanización, impersonalidad e irracionalidad son como diviesos brotados en la piel del hombre renacentista del que partimos. ¿Cuáles serán los que se levanten en la epidermis humana como nueva antítesis de este mundo deshumanizado, impersonal e irracional? Y aquí seguimos mientras vivamos, sin saber de dónde venimos ni adonde vamos.
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