¿De héroe a falso testimonio?

No reconocer una llamada al 1-1-2 pone en tela de juicio el testimonio del policía jubilado

Isabel Herrera
22/01/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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Se preveía una jornada ‘limpia’, sin sobresaltos, pero ya el primer testigo que entró en la sala nada más arrancar la tercera sesión del juicio por el crimen de Isabel Carrasco revolucionó la estancia.Y no sería el único.

Era el policía jubilado que cruzaba la pasarela al tiempo que Montserrat se iba a cercando, por la espalda, a Carrasco. Iba con su mujer y se cruza con la dirigente política primero y con la asesina confesa seguidamente, tanto que incluso su señora, que le comenta que la rubia (Carrasco) debe ser alguien importante porque le suena la cara de verla en la televisión local, afirma acto seguido que la que la sigue (Montserrat), «tiene que ser la escolta».

Era el mismo que oyó el primer disparo y vio los tres siguientes, el que después de ver volver a Montserrat sobre sus pasos decidió seguirla. Pedro Mielgo, al que se ha bautizado como el ‘héroe’ del caso.

Interrogado por el fiscal su relato se desarrolló por el libro: «Sonó como un petardo, nos volvimos y vimos a la rubia que estaba cayendo hacia adelante, pero no se derrumbó, cayó rígida. La que iba detrás se agachó, le puso la pistola a la altura de la cabeza y dio tres disparos.»

Se levantó, se tapó con un pañuelo, y así pasó por delante de la pareja, «andando deprisa pero sin correr, con la mirada siempre al frente; al llegar a nuestra altura se paró un momento y nos miró, yo pensé que me iba a dar un tiro».

Pero no, pasó de largo y continuó con la huida, «tiró por los jardines, pero no todo recto, sino un poco en oblicuo, hacia Lucas de Tuy», momento en el que Mielgo le indica a su mujer que la va a seguir, «vale, yo voy a llamar al 1-1-2», le responde ella.

«No pudo tirar nada»


Lo dijo con total convicción tirando por tierra la actual versión de las dos principales acusadas: «Montserrat no pudo tirar nada, yo la veía que llevaba todavía la mano metida en el bolso». Según sostuvo, la siguió a cierta distancia pero sin perderla de vista por la calle Lucas de Tuy. Es en esta calle, por donde entraron asesina y seguidor, en la que supuestamente, y según su versión de los hechos –y la de su hija–, Montserrat se habría deshecho del bolso que contenía el arma homicida arrojándolo a un garaje. Mielgo lo niega: «No pudo tirar nada, yo la veía que llevaba todavía la mano metida en el bolso». Y afirma que así fue durante todo el recorrido que la tuvo a tiro, hasta que al llegar a la plaza de Colón la perdió de vista.

El policía jubilado salió por Roa de la Vega (la única alternativa posible es el famoso pasadizo) y no la vio, pero ya una vez en Gran Vía San Marcos se encuentra con ella de frente: «Ya no iba vestida igual, no llevaba la gorra ni las gafas ni el bolso ni la parka».

Vuelve a perderla de vista y un señor que estaba sentado en la terraza del chaflán donde se produjo la detención comienza a hacerle señales apuntando a un coche, mira en él «y la veo dentro, agachada, tratando de esconder la parka».

Mielgo se encarga de parar un vehículo de Policía Local y trata de explicarles lo sucedido y, después de guiarles hasta la mujer en cuestión, Montserrat, les pide nervioso que busquen el bolso, que dentro lleva el arma, pero allí no hay ni bolso ni arma, así que se va a buscarla desandando el recorrido sin encontrar nada.

El policía jubilado relataba con todo lujo de detalles cómo iba vestida la mujer que seguía a la expresidenta de la Diputación y el PP leonés, Isabel Carrasco, y la propia víctima. Y está firmemente seguro de que mientras él la siguió sin perderla de vista (hasta la plaza de Colón) no tiró el arma. Sin embargo, en manos ya de las preguntas de la defensa de madre e hija empieza a tambalearse su relato. El letrado José Ramón García le pregunta si él llamó en algún momento al 1-1-2, «no», responde con rotundidad. Acto seguido el abogado solicita que se reproduzca una llamada que la tarde del 12 de mayo de 2014 entró en el servicio de emergencias en la que se escucha a un hombre, casi sin resuello, explicando que «la chica que ha sido se le ha escapado», que iba con una parka color beige, gafas negras y pantalones, una mujer, pero deja de atender a los requerimientos de información del 1-1-2 cuando empiezan a escucharse unas sirenas de policía. Se oye como el alertante les dice que «la chica que ha disparado» está por ahí, «ésta es».

«¿Es usted ése?», le pregunta el abogado. «Yo creo que no», responde sin casi pensarlo. «Seguro que no es usted el que está ahí contando, con todo lujo de detalles, cómo ha sucedido?», vuelve a preguntar el letrado. «No», vuelve a responder el testigo. Y termina el interrogatorio.

Pero la siguiente en entrar en la sala a testificar es su mujer, la que iba con él aquella tarde y llamó al 1-1-2 en cuanto su marido salió tras la autora de los disparos. Con las preguntas del fiscal y las acusaciones va reconstruyendo lo que vivió aquella tarde, pero cuando le llega el turno del interrogatorio al defensor de madre e hija tiene muy claro lo que va buscando. Quiere saber si siguió con la mirada a la autora de los disparos en su huida, a lo que dice que sí, y si la había visto tirar algo cuando pasaba por Lucas de Tuy tras los contenedores, «las manos yo no se las veía». Y tras eso, pide que le pongan la grabación que se ha escuchado sólo unos minutos antes: «¿Reconoce la voz de su marido?», «Yo por el móvil no le conozco mucho la voz». Vuelven a poner la grabación y ahora su respuesta es otra: «Mi marido sí me ha dicho que él llamó por teléfono. Sí, es él, porque eso de ‘momentico’ lo dice él». «No hay más preguntas», dice el abogado en medio del revuelo de la sala. El héroe del caso ve dañada su credibilidad y la defensa de Montserrat y Triana pide que sea acusado de falso testimonio ante el tribunal. Fiscal y acusaciones se posicionan en contra, pero el presidente deja pendiente pronunciarse sobre este asuntos.

Su mujer no era la única en señalar que, el de la llamada, era su marido. Lo hicieron también los dos policías locales que interceptaron a Montserrat en el chaflán de Gran Vía San Marcos con Roa de la Vega, así como otros testigos que se encontraban en la pasarela aquella tarde, que dicen que le vieron hablando por el móvil. Y sin ningún género de dudas, «es el policía jubilado». Pero, ¿por qué el lo niega?

Esta negación insignificante revoluciona la mañana. Parecía que tenía que ser una jornada tranquila, pero no empezaba así. Y no era la única sorpresa de esta tercera sesión de juicio por el crimen de Carrasco que contó con menos público, menos medios de comunicación, y que dejó ver a unas acusadas mucho más relajadas.
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