De gustos, rastreos y profesores

07/08/2020
 Actualizado a 07/08/2020
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Siempre me han hecho gracia aquellos que en los tanatorios te decían aquello de ‘es que a mi estos sitios no me gustan’, como si al resto de mortales nos encantaran y no fuera una visita que todos hacemos porque debemos y no por placer.

Pero ahora se multiplica esa estirpe con los de que ‘es que yo estoy a disgusto con la mascarilla’, como si para el resto fuera agradable o sin entrar ya en que hay personas que por su trabajo deben tenerla puesta durante más de la mitad del día.

Sin embargo, es lo que toca. Con un virus tan traicionero rondando por ahí, la precaución es básica por nosotros y por el resto. Si sólo en el momento de tener síntomas pudieras contagiar, todo sería más sencillo, pero no es así. Si ese pensamiento de ‘si es que yo no lo tengo seguro’ únicamente te afectara a ti, se podría dar por buena la libertad de decisión. Pero así no. En ningún caso.

El gran problema son esos engañosos asintomáticos. Y les llamo así porque, aunque en esos positivos que salen tras los rastreos de un afectado veamos últimamente que es una constante que muchos no tengan síntomas, eso puede ser en ese momento y, aunque no volvamos a saber de ello en los datos oficiales, que en unos días el virus se manifieste y deje su particular huella en los infectados.

No obstante, para lo que sí sirve es para frenar su expansión. Ahí es decisivo el rastreo, que todo hay que decirlo está siendo gestionado a las mil maravillas en León, más si lo pones en comparación con ciudades como Madrid, de donde al ver que la mayoría de positivos que se producen en la provincia acaban viniendo de allí, crece el temor sobre cómo estará ya realmente otra vez la situación.

En lo que depende de nosotros, debemos cumplir. Pero miedo hay a septiembre. No me gustaría estar en la piel de los profesores con la que se viene en los colegios. A los adultos, aunque haya quien pase de todo y sólo a base de tocarle el bolsillo se le pueda corregir, se nos puede exigir cumplir las medidas, a los niños cuando se junten es casi una misión imposible.

Sus maestros no son médicos para distinguir síntomas, ni policías que eviten contactos no permitidos entre grupos. Más vale que se estudie muy bien cómo afrontarlo o el problema será gigante.
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