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De gárgolas o quimeras

14/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Sobrecoge la mirada pétrea de esas criaturas fantasmagóricas. Parecen custodiar un preciado tesoro con desmedido celo.

Míralas. Descubrirás cuadrúpedos alados, seres antropomorfos, leones reales, corderos, demonios, un gato y hasta un magnífico murciélago, que dicen es símbolo de herejes y evoca al mismo Satán, lástima que la siniestra escultura permanezca recónditamente oculta en lugar de acceso imposible.

Están por todas partes. Emergen por los cuatro costados. Acechan desafiantes en el claustro. Intimidan con esos cuerpos imposibles de alas contenidas y grandes cabezas con ojos sin vida que ansían tenerla. Previenen al pecador incauto que pretenda perturbar la paz de sus santos muros.

Algunas, siendo neogóticas, juegan a renacentistas. Otras se avían con adornos. Pero todas permanecen expectantes, como dispuestas a precipitarse sobre el visitante inesperado.

Su presencia inquietante te producirá cierto pavor cuando en las noches invernales de luna débil, esas en que el frío atenaza y la oscuridad acecha, alces los ojos para encontrártelas colgadas, como dispuestas a precipitarse sobre el primero que de un paso en falso.

Son las gárgolas protectoras de nuestra catedral cuya funesta apariencia y fama ancestral de aguafiestas hacen olvidar sus bondades: no son si no un sistema para canalizar el agua de lluvia y expulsarla a una distancia necesaria del templo con el fin de preservar la ya de por sí delicada piedra de nuestra Pulchra Leonina.

Gárgolas o quimeras, que también así se llaman estos fascinantes elementos arquitectónicos.

Quimera es una palabra polisémica que significa, según la RAE «aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo».

Aparentar algo que no existe sino en el ánimo o intelecto del que se lo inventó. Evoca esta moda extendida entre los servidores de la esfera pública de engrosar currículos con másteres y méritos inexistentes.

Me pregunto cuántas biografías quedarían reducidas a la mínima expresión si un censor documentado depurara datos y contrastara hechos. Es sencillo con los medios de los que hoy disponemos.

Descubriríamos la verdad que ocultan tantos rufianes y bribonas que se pavonean impunemente arrogándose títulos que no les corresponden mientras a menudo, los que de verdad saben, permanecen ocultos o ninguneados detrás de mesas anónimas.

La laboriosidad con que fueron esculpidos cada uno de los detalles de esas gárgolas catedralicias, su primorosa factura, incluso en aquellas que se realizaron para ser colocadas en lugares imposibles a los ojos, nos habla de una cultura del esfuerzo que es necesario recuperar empezando por nuestros gobernantes.

Crispa conocer noticias sobre sus plagios y mentiras para aparentar logros que no lo son.

Por cierto. Gárgola es una palabra procedente del latín que a su vez es préstamo de un término griego que significa literalmente «hacer gárgaras» las mismas que deberían irse a hacer aquellos que nos la intentan colar con falsas quimeras.
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