Imagen Juan María García Campal

De días y de dioses

05/06/2019
 Actualizado a 14/09/2019
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Quienes algo me conocen, bien saben que no tengo nada de legionario. Que ante cualquier dolor o mínima violencia me vengo a menos (¡más aún!). Si no rehúyo lances y trances es por mi fe o confianza en la ciencia y la palabra. Si no, más aficionado y hasta entrenado estaría en el arranque y esprint.

Siendo así, escribo hoy con ánimo abatido. Me prometía un fin de semana lleno de vida, amistad y letras y, sin embargo, ha andado la muerte mermándome el huerto de las vivas admiraciones, las estimaciones vivas, los humanos afectos fructificados presentes. Ha andado la muerte, sí, ampliándome el solar de las ausencias y memorias. Ha andado la vida estos días mostrándose, así como apurada, como si de destajo se tratara, tal cual es: finita. Como que lo hubiese olvidado, ahora que cada día vengo teniendo las ausencias de mis mayores más presentes. Pero no teman, no escribiré de mis últimas aflicciones. No diré nombres –quien me sabe, sabe; quien no, para qué saber lo mío si a buen seguro no le faltarán duelos y fatigas–.

No, no haré necrologías, no escribiré panegíricos. Agnóstico de ultratumbas y otras dimensiones, siempre he dicho y escrito («ni una sola flor en triste marchitar me sea compañía») que las flores, los aprecios de vario grado y manifestación, las palabras –dulces o ácidas– en vivo y en directo, al alcance de los sentidos, hasta de la, acaso precisa, rectificación. Mas sepa usted que me lee, que aun agnóstico de ultratumbas y otras dimensiones en días así, en crecidas soledades así, es con ellos, los recién ausentes, con quienes en silencio me gusta hablar. Sin duda esto es porque («silencios hay que palpitan y afligen/ cual alud de aristosas rocas en el alma») nunca es uno lo suficientemente generoso ni justo en el decir, en vivo y en directo (ah, contradicción) lo bueno que del otro se piensa. Así son y se muestran, a veces, los días. Así enseñan.

Sí, enseñan estos días, y mucho, sobre la condición humana. Digo humana con dudas, pues más bien divina me parece la omnisciencia de algunas personas, divino su sentido de la ¿justicia? Tal parece que convive uno rodeado de dioses o más bien de demasiado humanos. Por más que intentes abstraerte en el respetuoso silencio, te enteras de cosas que ni te importan ni te interesan, que a nadie, sanamente, deben importar ni interesar. Qué gusto por las vidas ajenas. Qué altas autoestimas, qué rigor para con los demás. Y yo con esta vida. Y yo con estos pelos. ¡Ah, soledad! ¡Ah, silencio!

Buena semana hagamos y tengamos.
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