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De cuando Vela Zanetti pintó a un obrero

17/04/2016
 Actualizado a 18/09/2019
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Corrían los primeros meses de 1966 y la ciudad de León no pasaba desapercibida para el resto de España. Por un lado, Victoriano Crémer ganaba el premio nacional de poesía ‘Punta Europa’ –presidido por el relevante poeta y escritorGerardo Diego–, concurso literario al que habían optado ciento diez obras escritas en castellano, catalán y gallego, y, por el otro, una instantánea del fotógrafo leonés Manolo Martín, de ‘Foto Exacta’, inspirada en una vidriera del siglo XIII de la catedral leonesa, era el anuncio con el que España participaba en el Certamen Internacional de Carteles, en Italia.

En ese mismo tiempo, en el mes de abril en concreto, se anuncia ‘en voz baja’–el asunto es de carácter meramente local– un importante proyecto para la capital leonesa. El entonces alcalde, José Martínez Llamazares, tiene en mente consolidar un nuevo acceso desde la ciudad –desde la glorieta de Guzmán como punto de partida– a Puente Castro, mediante la prolongación del Paseo de Papalaguinda. Se habla de construir un puente sobre el Torío y extender el vial hasta las inmediaciones del cementerio de San Froilán, para, desde ahí, continuar con los trabajos hasta la carretera de Valladolid, por encima del Portillo. El periodista Carmelo Hernández Moro ‘Lamparilla’, del diario ‘Proa’, propone al regidor el nombre de ‘Imperio Leonés’ para el novísimo enlace. Pero nada fue posible. La especulación, al final, no tuvo el menor recorrido y se olvidó –o se estancó– en algún cajón perdido del Ayuntamiento.

Sin embargo, sí se vivió en León el 2 de abril de 1966 –es decir, hace cincuenta años ahora– una inauguración muy importante, un hecho destacadísimo, que vino a enriquecer el patrimonio artístico de los leoneses, aunque la obra, de temática evangélica, se recogiera en el interiorde la iglesia parroquial de Jesús Divino Obrero. El pintor José Vela Zanetti –que tenía por norma no firmar este tipo de encargos religiosos– llevó a cabo uno de los murales más celebrados de cuantos le habían encargado y dispusieran, antes o después de esa fecha, diversas instituciones como el propio Ayuntamiento para su sede de San Marcelo, el Instituto Leonés de Cultura, el Colegio Leonés o el mismo Hotel Conde Luna.

La labor concertada alimentaba una gran envergadura. Prácticamente eran doscientos metros cuadrados los que tenía que pintar Vela en el inmenso frontal –detrás del altar mayor– de la reciente parroquial leonesa –la iglesia se inauguraba el 2 de julio de 1964, después de algo más de dos años de obras–, por lo que debía reflexionaren cuanto acómo ejecutar la comprometida encomienda. La maestría del pintor burgalés nacido en Milagros y su posterior asunción sentimental por León como segunda patria chica –aquí transcurrió una buena parte de su primera vida– se hizo patente a partir del 21 de septiembre de 1965, en que quedan instalados los andamios para iniciar el mural.

Vela, que tiene en ese momento poco más de cincuenta años, se mueve entre el armazón metálico con energía y viveza. Ya son muchas las horas subido sobre diferentes plataformas, y, por esa desenvoltura y capacidad, comienza a manchar y dar formas en la pared. Los pinceles y las brochas en sus manos denotan ingenio, serenidad y firmeza. No obstante, también hay que resaltar que llevó a cabo la obra con una temperatura muy diferente a la que a él le hubiera gustado. Por aquellos años, el frío de León calaba las carnes como una espada de cristal, y los huesos como un torbellinoinmisericorde.
Según reza en la explicación de la propia iglesia parroquial sobre el mural, se dice que "está concebido y realizado no como problema social, sino como la evangelizacióny divinización del trabajo humano". Y continúa señalando que es "sobrio y sólido como una parábola, y tan lejos de la espectacularidad como de la distorsión. El tema está desenvuelto con soltura y serenidad y un gran despliegue competitivo".

De manera, que el referido 2 de abril de 1966, a las siete de la tarde, se dan cita en la iglesia de la conocida barriada –ojito derecho del recordado Restituto Ruano– el doctor y obispo de la Diócesis, Luis Almarcha; el gobernador civil, Luis Ameijide; el alcalde de capital, José Martínez; el presidente de la Diputación, Antonio del Valle…en fin, las ‘fuerzas vivas’ de la ciudad al completo, que serían recibidas por el párroco de la feligresía, el muy querido Adolfo del Río, quién, a través de sus muchos años al frente de Jesús Divino Obrero se granjearía el cariño y la consideración de todos. Alto y delgado como un junco, y bueno y muy cercano siempre, Adolfo del Río –don Adolfo– fue, hasta su muerte, ocurrida el 28 de diciembre de 2010, mucho más que una institución –casi como un padre– para la mayoría de sus parroquianos.

En la presentación y bendición del mural, el prelado Almarcha dedicó –como se esperaba– elogiosas palabras tanto a la pintura como a su autor, a Vela Zanetti. Concluía su intervención diciendo «mi enhorabuena al artista creador, el cual, mirando su obra y en especial a la figura señera de Jesús, sentirá en su alma, en un diálogo íntimo, la contestación afable y alentadora del ‘bene dixisti de me’… tus pinceles, que son tu pluma, han hablado bien de mí».
Concluido el acto de la bendición, Vela Zanetti se personaba en el salón parroquial para explicar –al margen de la solemnidad anterior– su obra, que hacía la número veintidós de cuantas había ejecutado en lugares religiosos. El artista destacaba que antes de pintar en una iglesia convenía saber para quién ha de pintarse y para qué feligresía, "lo cual –aseguraba– tiene una importancia excepcional".

Continuaba Vela su alocución con las siguientes afirmaciones: «Por ello, para que un mural tenga vivencia a través del tiempo, necesita el golpe ante el espectador, la amistad con él». Y para apoyar sus palabras, hizo uso, en ese momento, de una pizarra con el fin de diseccionar el mural en honor a Jesús Divino Obrero, dibujando sobre ella trazos, motivos y, en definitiva el conjunto de la obra en sí. Según recoge el periódico ‘Proa’ en su edición del día siguiente, 3 de abril, refiriéndose a la intervención del pintor, "su explicación fue toda una gran lección; fue sincera y fue elocuente. Describió el mural, sin duda, como lo había concebido. Y en la mente de todos quedó reflejado su ingenio, su arte y la elocuencia de esta gran obra".

Al cabo del tiempo –cincuenta años– bien puede afirmarse que en la iglesia de Jesús Divino Obrero, en plena calle de Víctor de los Ríos –otro gran artista con fuertes connotaciones leonesas–, Vela Zanetti dejó en el mural una buena parte de su esencia creadora y un generoso girón de sus vivencias y recuerdos leoneses. Contemplarlo es un deleite para la vista y para los sentidos. Una obra absoluta de quien, es posible, mejor supo lo que era y representaba un mural, por su mensaje e intimidad espontánea.
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