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De coches y peatones

18/12/2020
 Actualizado a 18/12/2020
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Hace algo más de catorce años se inició esta columna de opinión en la vieja ‘Crónica’, que entonces dirigía Oscar Campillo.

En el que abrió la lista, recuerdo, planteaba que estábamos diseñando las ciudades para Don Automóvil, dejando fuera de su normal funcionamiento los cascos antiguos, nacidos de una mezcla de necesidad, protección ante el clima y, sobre todo, el paso de animales, carros y carruajes.

Y si aquella forma de uso había quedado obsoleta, ¿qué pasaría cuando el automóvil desapareciera? Porque desaparecerá. No será mañana y ni siquiera nos podemos imaginar por qué será sustituido. Es más, aunque a mamporros, ya estamos viendo que el coche está recibiendo sus buenos ataques en forma de limitaciones de velocidad, impuestos directos e indirectos, además de ser excluido directamente de una buena parte de los espacios de uso público.

Puede parecer una entelequia esa desaparición, pero ya me gustaría haber visto a mi tataratatarabuelo, hace ciento cincuenta años (que es casi ayer), si le hubieran dicho que en muy poquito tiempo sus caballos y carruajes iban a desaparecer de su mundo urbano.

Calzadas, aceras, pavimentaciones, anchura de calles, todo se modifica. Tanto, que surgen los movimientos que reivindican la vuelta de la ciudad a su habitante natural: el ciudadano de a pie.

Y con ello, la restricción de tráfico en zonas más o menos grandes, en general centros o cascos antiguos de carácter bastante comercial, no siempre resueltos, sobre todo en lo que se refiere a las modificaciones que hay que hacer para reorientar los flujos de tráfico eliminados hacia las calles perimetrales, el acceso al propio interior de sus residentes o el suministro de servicios públicos.

Y aunque no es estrictamente una cuestión de modas, también las modas se superponen en esas actuaciones. Y no solamente aquí. También por todo el mundo mundial.

Modas como sustituir jardines puntuales por grandes explanadas (me estoy acordando de los jardines que había delante de San Marcos o la catedral), en principio para reforzar la imagen de esos edificios, aunque muchas veces lo que hacen es, so pena de dar realce, modernidad y magnitud, añadir un punto (a veces más que un punto), de frialdad.

Moda fue la remodelación de la calle Ordoño, repavimentada con granito en toda su extensión, reparada, modificada, medio peatonalizada y, ahora, peatonalizada total, posiblemente como parte de ese lucha del coche, aunque sea a base de los ya mencionados mamporros, como si se le hubiera declarado el enemigo público número uno.

Escribí en su día que no parecía ser el mejor momento para acometer la obra de remodelación de Ordoño, en una situación de crisis sanitaria, económica y social como la que vivimos, y que el gasto que supone quizás podría dedicarse a otros menesteres, incluidas actuaciones en los barrios o casco antiguo, que falta hacen, incluso revitalizaciones de tipo comercial o social. Y lo sigo manteniendo, aunque he de reconocer que este criterio también sería aplicable a otras muchas operaciones con partidas municipales que tienen menos justificación y a las que no se les da la misma atención. Supongo que ese es el peaje que Ordoño ha de pagar por la cuota parte de una decisión más política que necesaria.

Como lo mejor es enemigo de lo bueno y por prudencia económica, supongo, se han mantenido las aceras y lo que era la calzada con su sistema de desagüe por las canaletas laterales, aunque éstas en varios puntos conflictivos se hayan eliminado. Creo que esto supone un riesgo y más de uno se va a torcer un tobillo, pero no es menos cierto que su supresión completa hubiera obligado a al levantado total de la calle para renivelarla y hacer una evacuación de aguas más funcional como se ha hecho en Arco de Ánimas. Pero entonces el costo hubiera sido muchísimo mayor. Supongo que ese ha sido el motivo principal de no acometer la peatonalización con todas sus consecuencias. Y eso lo explica, pero el riesgo sigue ahí.

Y es curioso como la mente humana se aferra a los recuerdos, porque al haber mantenido la estructura vial anterior, y como somos animales de costumbres, la gran mayoría de los peatones siguen paseando por las aceras. Lo he comprobado varias veces y no creo equivocarme si digo que, habitualmente, muy cerca del 80% siguen circulando por ellas. O es que, como dicen los taurinos, tenemos ‘querencia a tablas’. Vaya usted a saber.

Comentario aparte merece el tratamiento gráfico de la banda central. Comprendo que se haya querido revitalizar la calle siguiendo la tendencia actual de decorar el pavimento para, supongo, alejar lo más posible su uso actual del antiguo de circulación rodada. Bueno es estar al día, pero el riesgo que se corre con ello, con estar a la moda, es evidente.

¿Cuánto durará? No lo sé, pero he de reconocer que no soy muy optimista al respecto, porque las modas… pronto se pasan de moda.

Y eso que se ha elegido una gama muy discreta, de verdes, quizás queriendo emular en el diseño un espacio de jardín. Eso es bueno para la perdurabilidad en el tiempo, pues las estridencias se caen antes; probablemente yo mismo habría sido más ‘estridente’, pero eso no es una crítica, pues cada maestrillo tiene su librillo.

Un comentario final: si yo me hubiera partido el seso haciendo un diseño, probando, rehaciendo y retocando, con pruebas y más pruebas, hasta quedar satisfecho, y en cuanto se expone al público me lo asocian con el Corte Inglés, me pegaría un tiro (en sentido figurado). Solamente puedo decir una cosa: no es justo, aquí hay demasiada mala baba.

Ordoño: Creo que bien se le podría aplicar aquello de «que me ames o que me odies, pero nunca que me olvides».
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