De Campazas a Villaornate y Castrofuerte: Fray Gerundio y el Tren Burra

Padre Isla se fijó en Campazas para dar allí nacimiento a su célebre personaje fray Gerundio, un predicador educado por un maestro, el ‘cojo de Villaornate’. La literatura y el ferrocarril unieron a estos municipios para siempre

Teresa Giganto
06/12/2020
 Actualizado a 06/12/2020
Vista general de Campazas con la iglesia a la izquierda. | MAURICIO PEÑA
Vista general de Campazas con la iglesia a la izquierda. | MAURICIO PEÑA
Campazas no es Berlín, ni falta que le hace. Tampoco ha necesitado ser ni Madrid, ni Londres, ni Praga para entrar en algunas de las mejores páginas de la literatura española. Su humildad y su modestia sirvieron para dar nacimiento al personaje fray Gerundio de Campazas, el protagonista de las historias de ficción que con maestría convirtió en novela el literato leonés José Francisco de Isla y Rojo, conocido como padre Isla. Pero si Campazas no es una gran urbe fue porque no quiso, pues de sobra tiene territorio alrededor para haberse puesto en el mapa de las grandes ciudades del mundo. Con fina ironía lo teoriza padre Isla al inicio de la obra ‘Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes’. Lo hizo en la segunda mitad del siglo XVIII para, mediante la sátira y el humor, ridiculizar la pedantería de los oradores de la época. Se sirvió padre Isla del territorio en el que se crió pues, a pesar de haber nacido en Vidanes (Cistierna), su infancia transcurrió en Valderas, su pueblo materno. Sirve así esta novela para viajar siglos después por el sur de León y convertir un paseo por Campazas en un recorrido por los escenarios en los que transcurre la vida de fray Gerundio. Pero también por un pueblo que surcó el viejo Tren Burra, del que quedan las ruinas de una casilla de testigo, y allí donde en un alto del pueblo se ubica la preciosa iglesia de La Blanca, la Virgen de la Candelaria, la patrona de los campacenses. Cuenta padre Isla en uno de los episodios de su citada obra que «la iglesia de Campazas, tal cual Dios se la deparó, estaba toda de bote en bote, y que aunque cayese de las mismas nubes un alfileres, lo que es al pavimento no podía llegar; porque o se quedaría en el tejado de la misma iglesia, como es lo más natural, o, en caso de meterse por alguna rendija, boquerón o gotera, tropezaría en las cabezas del auditorio, y allí o en el vestido pararía sin duda hasta que la iglesia se fuese desocupando». A día de hoy, probablemente, le costaría encontrar al alfiler en su recorrido rendija, boquerón o gotera para entrar en el templo gracias a las restauraciones llevadas a cabo en los últimos tiempos y que también han tenido por objeto devolver el brillo al retablo del altar mayor cuyo origen estiman en los últimos años del siglo XVIII. La imponente iglesia de La Blanca bien merece ser contemplada por dentro pero también por fuerza aunque haciendo ojos ciegos al mirar la torre del campanario, tras cuyo derrumbe fue reconstruida con un ladrillo visto que no necesitaría ni del fino humor de padre Isla para ponerlo en entredicho. Tiene también Campazas una pequeña y coqueta ermita dedicada al Bendito Cristo de la Vera Cruz. También tiene más de medio centenar de empadronados y muchos más hijos del pueblo que no dejan las fechas señaladas para otra cosa que no sea volver a casa.

Siguiendo de nuevo los pasos del personaje fray Gerundio emprendemos viaje al cercano Villaornate a través de una carretera que se va acercando por la izquierda al Esla y por cuya derecha se dibuja Tierra de Campos. Fue a este pueblo al que llevaron a Gerundio a estudiar con un profesor que era tan cojo como extravagante. Literatura a parte, allí destaca también su iglesia de La Magdalena pero por encima de todo despunta la actividad vecinal que no deja rincón del pueblo sin decorar en Navidad y que ha conseguido sacar adelante, gracias a la afición taurina de su juventud, un encierro de campo que gana adeptos en cada celebración. Esta localidad hace municipio con su vecina Castrofuerte a la que hora llegamos siguiendo el camino que en su día ocuparon las traviesas del Tren Burra. Su rastro sigue de aquí a Valencia de Don Juan a través de la Vía Verde que une ambos municipios pero hay más testigos de aquel tren que transitó esta tierra entre 1915 y 1969. Su estación, construida con ladrillo macizo para los alzados, sigue la moda nemudéjar de principios del siglo XX, como también lo sigue su muelle de mercancías, las garitas del cambio de agujas y el retrete-lampistería. Estuvo así la vida de Castrofuerte en esas décadas muy ligada al ferrocarril y por eso en un muro del pueblo se ve su imagen junto a la de un afilador, un rebajo de ovejas, la torre de la iglesia y la mies. Obra de Juan Antonio Cuenca es esta una pared en la que se miran los vecinos de Castro, en la que contemplan el paso del tiempo y con la que rinden homenaje a quienes tanto trabajaron por el futuro de esta tierra.
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