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De cabezas, cabezadas y cabezonerías

17/07/2021
 Actualizado a 17/07/2021
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De cabeza nos trae este bicho que solo, fané y descangayado reitera sus inoportunas visitas espolvoreando de ruda incertidumbre nuestras siestas veraniegas. No cesa el oleaje de tormentas mediáticas. No da reposo el guerrero de la corona que como canta Gardel en su tango «afloja al llegar para regresar con más fuerza». Queremos olvidarle, ser capaces de echar una cabezada pese al rumor cansino de esas moscas veraniegas que se golpean pertinazmente contra impasible cristal. Conmigo no se juega, parece querer decirnos, y resuena el tango en nuestras cabezas «No olvides hermano, vos sabés, no hay que jugar» pero él lo hace, al escondite, y reaparece cuando menos te lo esperas. «Cuando crees que me ves cruzo la pared, hago ¡chas! Y aparezco a tu lado».

Saliste burlón, maldito corona, que tanto te has llevado por delante.

Pero no creas que te lo has llevado todo, bicho insolente. Nos quedan toneladas de ilusiones por vivir, cientos de proyectos por acometer, multitud de labores por finalizar. Hay varios surcos aún que arar, y decenas de eventos que celebrar. Te puedo hablar de un niño pequeñín, muy chiquitín, que naciendo prematuro venció a la muerte, o de aquel matrimonio que superó dificultades y ahora anda celebrando sus bodas de plata, oro, y diamantes, al unísono. Y te puedo contar la historia de una estudiante perpetua que aprobó su examen, o la de aquellos novios que en breve dirán sí quiero. No pudiste tampoco con los cientos de conciertos que siguen celebrándose, ni con los museos que han podido reabrir sus puertas.

Y tampoco con los ancestros de ‘las cabezadas’, que mañana, en la Colegiata leonesa de San Isidoro, convocarán a canónigos y municipales para debatir sobre derechos u obligaciones, recordando aquel milagro del Santo, que ya narraba Lucas de Tuy, en el siglo XIII. Un sorprendente hecho acontecido en el que «la lluvia cayó con abundancia sobre los campos de León y su alfoz mientras procesionaban los restos del santo» en momentos de contumaz sequía. El pueblo de León, agradecido por el milagro de la lluvia, decidió realizar una ofrenda anual, a través de sus instituciones, que consistía en un cirio de una arroba y dos hachas de cera. Este regalo debía realizarse en fechas próximas a la festividad de San Isidoro. Pero la duda quedó en si aquello debía ser una costumbre o un deber. Y desde entonces hasta la fecha, cada año viene reiterándose la batalla dialéctica entre sacros y profanos. «Que si foro, que si oferta».

Lides que siempre finalizan con triple inclinación de cabezas por ambas partes porque así lo dispone la tradición, pérfido virus, pero no porque hayas conseguido minar nuestros ánimos. Que ante ti no resta bajar cabezas sino erguirlas.

Y es que para cabezones, nosotros.
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