De Argentina a León con lo puesto para cumplir su sueño

Felipe Verde vino a España a formarse como técnico, iba "a todos los entrenos del Ademar desde infantiles a Asobal", acabó entrando en el club y el año que viene dirigirá al filial

Jesús Coca Aguilera
05/07/2020
 Actualizado a 05/07/2020
Felipe Verde, durante su presentación como técnico del filial del Ademar. | L.N.C.
Felipe Verde, durante su presentación como técnico del filial del Ademar. | L.N.C.
Con sólo 28 años, Felipe Verde tomó una decisión difícil para buscar dar un giro radical a una vida que desde que era pequeño estuvo ligada al balonmano. Era jugador en la máxima categoría argentina, había dirigido a conjuntos femeninos de su país en todas las divisiones salvo en Honor y formado parte del staff de Argentina en el Mundial de 2013, pero sabía que poder dedicarse al deporte que amaba en su país era muy difícil, así que tomó una difícil decisión.

Vendió lo que tenía, su coche y la televisión, dejó el piso que tenía alquilado y cogió un billete sólo de ida en diciembre de 2016 a España, con la intención de aprender lo máximo posible en diferentes clubes y hacer el curso de entrenador nacional en verano en Madrid, volviendo después de eso si no lograba asentarse ni encontrar nada.

De Argentina a León con lo puesto para cumplir su sueño acabó yendo Felipe Verde, cuya historia acabó llevándole a la capital leonesa y que este año dará un nuevo paso hacia adelante en su particular aventura al dirigir al filial del Ademar en Primera Nacional.

Vendió lo que tenía y en 2016 cogió un billete sólo de ida a España, buscando aprender y asentarse con el curso de entrenador nacional del verano como posible fecha de vuelta Una nueva estación, que no será la última, dentro de un viaje en el que Federico Vieyra, Diego Dorado o Kiko Álvarez han jugado un papel fundamental, y que acabó llevando a aquel joven que de repente empezó a aparecer en las sesiones de cada equipo del club ademarista a formar parte de él.

Sin embargo, todo empezó lejos de León, en su país de origen. «Jugaba en División de Honor, en momentos en los que por circunstancias no había técnico ejercí de jugador entrenador, y en femenino entrené en todas las categorías salvo en Honor, que tuve alguna oferta pero me obligaban a retirarme porque se solapaban los horarios y a ver, nunca jugué muy bien, pero no quería dejarlo tan pronto», recuerda un Felipe Verde que en el Mundial de España «con 25 años, fui con Argentina y hacía el scouting previo de los partidos y el análisis en vídeo de los mismos in situ, grababa la primera parte y me iba corriendo a conectar el proyector para hacer un vídeo de dos minutos con errores y aspectos concretos en el descanso».

Y entonces, para dar un paso más, planeó ese viaje a España, teóricamente con ese plazo de seis o siete meses, aunque en su cabeza estaba otra cosa:«Yo dije eso en Argentina, pero en realidad vendí todo, no quería quedarme con nada allí para autopresionarme y que no me atara nada. Si regresaba tenía que ser a casa de mis padres, que sabían lo que había en realidad».

Llegó entonces a un nuevo país y pasó en los dos primeros meses «por Madrid, Barcelona, Málaga, Almería... fui dando vueltas para ver si había algún sitio donde anclar», hasta que entonces León se cruzó en su camino.

Carou y Vieyra le invitaron a la Copa Asobal de León y «cuando ya no tenía dónde estar» el lateral le dejó quedarse en su casa «Yo ya había estado a las dos semanas de llegar viendo la Copa Asobal, la primera de las tres seguidas que se jugó en el Palacio, que conocía de la selección a Gonzalo Carou y Fede Vieyra y me invitaron a venir a verla y pasar el fin de semana con ellos», recuerda Felipe, añadiendo que «a finales de enero, cuando ya no tenía dónde estar, Vieyra me dijo que me quedara en su casa si quería, que aún no había venido su mujer».

Y así fue como comenzó una aventura en León que dura hasta la actualidad, primero una semana en casa de Fede Vieyra, luego dos «en una mezcla de residencia y hostal» y desde entonces en la habitación de un piso alquilado por un familiar José Mario Carrillo.

Así, desde el primer momento, intentó empaparse de todo lo que le rodeaba, convirtiéndose en parte del panorama del día a día ademarista. «Me iba a mirar todos los entrenamientos del Ademar , desde infantiles a Asobal, me hacía un itinerario y estaba en todos los que podía», recuerda Felipe, destacando cómo «hice muy buena relación con Diego Dorado y esos primeros meses fue mi tutor y padre adoptivo en León, hasta el punto de que le debo a él el haberme quedado, pues me montaba en su coche, me llevaba a todos los entrenos, me invitaba a comer, luego me fue haciendo entrar en el equipo cadete que incluso fui con ellos a la fase final del Campeonato de España... esos meses con Diego me dieron la vida y acabaron decidiendo que pudiera estar aquí».

«Dorado fue mi tutor y padre adoptivo en León, le debo el haberme quedado y el entrar en el Ademar» Aunque, antes del Ademar, su oportunidad le llegó en el Cleba, en un año muy complicado por los numerosos problemas económicos que finalizaron con el descenso de categoría. «Entrenaba después del Ademar así que también les veía y además ese año, 20 días antes que yo, llegó la también argentina Luciana Mendoza que nos hicimos amigos», recuerda Felipe Verde, señalando cómo «el técnico era Kiko Álvarez, otra gran persona, que como me veía siempre ahí y no tenía segundo, me propuso que en vez de estar mirando le echara una mano, así que empecé a ejercer como tal y a llevar cosas de la base, haciéndome el Cleba contrato y permitiendo así que me quedara aquí en España».

De hecho, tras su marcha y ante la gravedad de la situación, incluso se quedó las últimas jornadas de primer técnico del conjunto femenino leonés, el cual abandonó a final de temporada entrando poco después ya, y de nuevo gracias a Diego Dorado, en la estructura de un Abanca Ademar que no ha abandonado desde entonces.

«También iba al Cleba. Kiko me veía ahí siempre y me propuso que en vez de mirar le echara una mano» Dos años en el Juvenil A, otro en el B y a partir de la próxima temporada el filial y «las cosas implícitas que traen como son el trabajar con Manolo Cadenas, que ya verlo el año pasado en directo todos los días fue un máster y además cuando vine siempre estuvo cerca para echarme una mano e hice una gran relación con él».

Se podría decir que es un final feliz para una historia digna de película, pero en realidad aún no lo es. Es sólo un paso más en una carrera en la que, lo que vaya llegando, seguirá siendo a base de tesón, confianza y valentía para perseguir un sueño.
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