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De aquí y de allá

06/06/2020
 Actualizado a 06/06/2020
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Hace unos días me contaba un amigo alemán una anécdota aparentemente intrascendente, pero como todo lo natural y espontáneo, bien pensado, nos define.

Mi amigo J. conoció en Madrid a dos mujeres y al preguntarles de dónde eran ellas le respondieron: ‘extremeñas, del sur, pero también nos gusta mucho el norte’. ‘¿El norte de España?’, les inquirió él. ‘No, queríamos decir que nos gusta el norte de Extremadura, también vamos mucho por allí’. Mi amigo alemán siempre se sorprende con esta actitud tan española que es no sentirse español, sino de la Comunidad Autónoma en la que se nace o pace. Me lo contaba bastante desconcertado, aunque la situación le resultaba simpática. «Si a mí me preguntan que de dónde soy respondería que soy alemán, no se me ocurriría especificar si soy de Múnich o de Dresde. De hecho, si he nacido en la primera, pero vivo en la segunda, sólo lo aclararía si el interlocutor insiste y/o matiza, y diría posiblemente que soy de Dresde si llevo tiempo residiendo allí. No comprendo esa costumbre tan española de identificarse con el pueblo, ciudad o provincia antes que considerarse ciudadano de su propio país».

Patriotismos aparte, cada vez más problemáticos e innecesarios, hay que ver cómo nos gusta dividirnos. Si bien es respetable y comprensible el amor de una persona por su entorno, el hecho de que no vea más allá de su pequeña frontera mental resulta un poco ridículo. Pensar que al otro lado se come peor, la vida es más difícil o nos espera un mundo subdesarrollado y hostil es de lo más absurdo que puede llegar a envenenar nuestro cerebro.

Tan hermosa es La Giralda como la Torre de Hércules, pero mucho me temo que ni siquiera una situación tan crítica como la que estamos viviendo nos podría curar de este estúpido simplismo. Con lo fácil que sería avanzar juntos, cuánto nos gusta etiquetarnos y disfrazar de identidad la tradición en vez de abrir la ventana a los vecinos.
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