antonio-trobajob.jpg

De anteayer, de ayer y de hoy

12/12/2014
 Actualizado a 15/09/2019
Guardar
El Adviento, esperanzado y esperanzador, es tiempo apropiado para fisgar un poco por el ayer y por el mañana, al amor de la lumbre encendida por el calendario. Se han cumplido 128 años de estancia, servicio y fecundidad de las Hijas de la Caridaden el Hospital astorgano de San Juan, que es testigo de la labor social que prestan los Cabildos, a menudo tanvilipendiados desde fuera y desde dentro; y de las monjas Carmelitas Descalzas, con convento en León cuando la N-630 se orienta hacia Asturias, homenajeadas por la diócesis por sus más de 50 años de presencia discreta y eficaz, en Año Jubilar Teresiano y con motivo del Día de la Iglesia Diocesana; y el cincuentenario de la Cofradía del Cristo del Perdón, la de las túnicas pardas y el preso libre en el Martes Santo, curtida en humildad y reciedumbre; y de la proximidad del cincuentenario de la clausura del Concilio Vaticano II, patroneado por varios Papas, cuyos perfiles trazó en la capital de la provincia el pasado lunes quien es autoridad mundial en el asunto, Juan María Laboa; y 25 años de la Declaración de los Derechos del Niño, con la ironía de que, justa y trágicamente, estos días nos vomitan, una tras otra, tragedias que tienen alos pequeños como víctimas.
Y es también tiempo para poner dolor y esperanza por los que se fueron semanas atrás. Zacarías Fernández Anta, de la diócesis de Astorga, con una magnífica preparación intelectual y un peculiar sentido de la universalidad de la Iglesia, que fue llamado con poco más de sesenta y seis años, lo que demuestra haber sido un regalo que se ‘desvivió’ antes de lo esperable, lo que no mermó para nada ni su bonhomía ni su cordialidad ni su sentido del humor. León Tejerina, de Argovejo,en la montaña oriental de León, con el hatillo preparado para echarse a los caminos de León, de Palermo, de Madrid, con el desapego a lo terreno que sólo nace de beber en la fe y en los estudios clásicos, lleno de finura y aplomo, con ánimos suficientes como para digerir sin empacho cuantos sapos le cayeron en desgracia. Julio de Prado, párroco que fue de Sabero, lector del pasado y del presente, enamorado de su tierra y de su diócesis y, por eso, buceador de archivos y difusor de historias, leal con sus superiores y equipado siempre con el sentido común y el don de consejo. Descansen en la compañía del Buen Amo al que sirvieron.
Y un apéndice entrañable: hoy se bautiza mi sobrina nieta Irene. Que el significado de su nombre («Paz») se haga realidad en su vida y en la de todos. Amén.
Lo más leído