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Dar ‘el palo’

21/05/2023
 Actualizado a 21/05/2023
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Hay ritos de paso en la vida que son… más ‘oficiales’. Y luego hay otros ‘oficiosos’, que no aparecen tanto en las biografías, pero que jalonan éstas como hitos (o mojones) igual que los primeros. Por ejemplo, la primera vez que te dieron ‘el palo’.

En mi caso, la historia es fácil, porque esa primera vez es la única. En alguna ocasión fueron, diríamos, ‘semipalos’, alguna monedilla a algún macarrilla. Y tengo la suerte de que no se me hayan llevado por la fuerza, o bajo amenaza, el móvil o algún otro telar valioso.

Fue una tarde en que me habían encargado una misión: estaban próximos los carnavales y los colegas íbamos a disfrazarnos de monjes medievales, con las capuchas y todo el rollo. Supongo que era porque estaba de moda el «Purgandus populus» de Joglars en la tele. El caso es que se hizo bote para comprar las telas (y encalomar a nuestras madres el ‘marrón’ de cortar y coser aquellas prendas marrones) y me tocó a mí ir a comprarlas. No sé si no estaba abierto o qué historia, pero me vi deambulando por ahí hasta que llegase mi siguiente cita.

Porque tenía una cita… conmigo mismo. Y con el cine (‘le cinema’) en la sede de Caja España en Santa Nonia. Había un ciclo de películas de esos guapos que programaban, de los hermanos Coen. Y como adolescente con ciertas ínfulas me había pillado el abono. Así que, para hacer tiempo hasta que empezase la peli, me fui, no sé muy bien por qué, a sentarme en la plaza de la Pícara, que entonces tenía unos afamados recreativos.

Entonces lo oí. Una llamada con el tan genérico denominativo de «¡Tú!». No quise pensar que iba a mí hasta que volví escuchar: «¡Tú¡ Sí, tú, el del lunar», mucho más específico. Se acercaron, eran cuatro, se presentaron y mostraron claras sus intenciones. Qué les diese toda la ‘pasta’ que llevase encima. En ese momento pensé en la pasta de mis amigos, miles de lustrosas y tardías pesetas. Algo debió trasladar mi cara, porque aquellos jóvenes insistieron en su demanda, acercándose a una intimidante distancia. Saqué una moneda de cien duros, como el que tira un filete a unos doberman que custodian una casa, para que se entretengan con él y no con tus costillas.

Pero el cabecilla del grupo dijo: «Tienes más». El resto ya se estaba yendo a gastarse los dineros en los recreativos y alguno le decía que me dejase ya. Yo también me estaba yendo pero me enganchó de manera más intimidante. Así que eché mano del bolsillo y arrojé un billete de mil pesetas, que aceptaron y pude escapar. Humillado, me metí en la sala y, humillado, me puse a ver ‘Barton Fink’. Ajenos mis ‘paleadores’ al lugar tan importante que acabarían ocupando en mis memorias.
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