26/09/2019
 Actualizado a 26/09/2019
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Cuando me entra una Depresión Abundante a Niveles Altos, (en la puta cabeza, vamos), no se me ocurre otra solución mejor que leer. Cualquier cosa me vale: desde mis clásicos favoritos hasta los relatos eróticos de Internet. La lectura me deja relajado y, lo que es más importante, logra alejar de mí la dichosa depresión. También hace lo suyo escribir. Lo mejor que he escrito en mi vida (sé que suena muy arrogante) lo hice estando hecho una mierda... Pero como soy más vago que la chaqueta de un caminero me cuesta un montón escribir. Prefiero leer. Es más cómodo. Uno de los libros que me libró de una depresión gorda como ella sola fue ‘Los caminos del Esla’, escrito a cuatro manos por Aparicio y por Merino. Me gustó muchísimo. La verdad es que siempre me han entusiasmado los libros de viajes. Desde los de Julio Verne hasta los de Camilo José Cela, pasado por Azorín, Pla, Cunqueiro o Julio Llamazares. Me parece dificilísimo mimetizarse con los paisajes, con los paisanos, con las montañas o con los ríos que los viajeros recorren y que nos cuentan de una manera tan atrayente que no te queda más remedio que ir tú mismo a verlos y patearlos.

Volviendo a ‘Los Caminos del Esla’... ¿No os resulta extraño lo maravilloso que es que alguien te cuente algo que ya sabes, que ya conoces, que ya has visto? Pues es lo que me ocurrió a mí al leer este libro. Yo había estado ya en todos los lugares que nos cuentan Aparicio y Merino; había visto los árboles que ellos vieron, las calles por las que pasaron, la realidad cotidiana que contaron. Al llegar a Gradefes, los autores nos relatan que vieron una ‘pescarata’. ¿Qué que es una pescarata? Pues una hacendera consistente en aliviar de peces al río. Luego se cocinaban para todo el pueblo y se comían. Me llamó mucho la atención porque, para mi desgracia, yo no había estado en ninguna, tanto en Gradefes como en Vegas. Y ahora, ¡otra vez!, viene al caso contaros alguna cosa de mi pueblo. Nos llaman los ‘peceros’. No, evidentemente no es porque en Vegas se vote al Partido Comunista. Nunca pasó el PC de unos cuantos votos de algunos irreductibles, excepto una vez que se presentó para alcalde Fernadón. Sucedió algo tan impensable como fue que saliera elegido concejal. Le habían votado ciento y pico de personas. Toda una hazaña. El motivo de que nos llamen los ‘peceros’, es porque teniendo un río como el Porma, ya unido al Curueño, sería de tontos no pescar. Ilegalmente, por supuesto, que, si no, no tendría gracia. El río quitó mucha hambre en los años que siguieron a la guerra incivil, como supongo que había sucedido antes. Se pescaba a destajo, casi cada noche y a lo largo de todo el año. Truchas, barbos y escallos, ¡pobrines!, caían en las redes de los habituales furtivos. No todo lo pescado se comía en casa. Se vendía mucho, sobre todo en León, en los restaurantes y en los pueblos vecinos de la Sobarriba donde, por desgracia para ellos, ven el agua cuando llueve.

Lo curioso del asunto es que, cuando se abría la veda de la trucha, el río era tan bondadoso que seguía surtiendo, a lo tonto, la mayoría de las veces, a los sufridos pescadores de tan exquisito manjar. No se resentía por la ‘esquilma’ de los furtivos; todo lo contrario. Y llegamos a la pregunta del millón: ¿Por qué ahora no hay truchas que pescar, cuando han desaparecido los furtivos? Evidentemente, porque ellos no tenían la culpa, como se nos ha vendido desde todos los organismos oficiales. Los organismos oficiales... Para nuestra desgracia, quienes los dirigen son carne de ciudad, gente que no ha vivido al lado de un río o de una reserva ni una semana en su vida y que hacen cosas tan estúpidas como introducir especies foráneas para que acaben con las autóctonas. Metieron con calzador los lucios, las carpas y los famosos cangrejos señal. Y pasó lo que pasó: empezó a descender el número de truchas y de los otros peces. Cuando uno era un chaval, iba con su tío a cazar alavancos. Hoy apenas hay. Sí hay, por desgracia, cormoranes, que no sé como demonios llegaron hasta las riberas. No quiero ser malpensado o creerme las teorías conspirativas que afirman que también son un engendro del demonio en forma de guardias de la Junta. Pero da que pensar.

Todas estas cosas hacen que me entre, de nuevo, la Depresión. Parece que todo se ha confabulado para que sea incapaz de comportarme como una persona normal. Es verdad que mis amigos me dicen que no exagere, que nunca he sido normal, por lo que parece que este es mi estado natural. Ya ni los libros logran que se calme..., por lo que creo que estoy llegando al final de mi camino y que un día cualquiera, más pronto que tarde, acabaré con mis huesos en el majaril de turno. Espero que no cierren, entre tanto, Santa Isabel. Allí, por lo menos, tengo enchufe. Salud y anarquía.
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