19/12/2021
 Actualizado a 19/12/2021
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Damnatio ad bestias (condena a las bestias) fue un tipo de pena de muerte donde el condenado era arrojado a la arena o a una jaula de fieras para ser devorado. Por suerte esa costumbre ya no está vigente, y de estarlo, sospecho que sería censurada por la protección de las bestias, dado el delirium tremens que vivimos. O quizá desapareciera por innecesaria en este mundo-circo donde nosotros somos verdugos, reos y fieras.

Cavilando sobre cómo puede uno llegar a la arena, me sitúo en el origen más simple de las cosas. En la anécdota real de una niña jugando con un batallón de muñecos invadiendo el sofá, que de repente lleva una muñeca al rincón del otro extremo del salón alegando que «ha sido mala por no comerse la sopa». Al rato, otro muñeco pasó al rincón del castigo y otro y otro… hasta que en el sofá solo quedó uno, el viejo Genarín, que ya perteneció a su madre. Como era de esperar, pronto se aburrió de estar solo con él, cogió los cacharritos y se fue a jugar con los ‘malos’. No hubo forma de convencerla de que estaba castigando al ‘bueno’ aislándolo de todos. Esto lo repitió varios días y Genarín ya sólo compartía con sus compañeros la oscuridad del cesto de juguetes, sin ser partícipe de juegos. Imposible que una niña de cinco años entienda que el resultado de sus actos es contrario a su buen propósito y que está castigando al ‘bueno’.

Si esos muñecos fuesen niños y el salón, el patio de un colegio, ya tendríamos un ser marginado, excluido sin más causa que la imaginación de una niña, ajena al daño causado. Nadie sabrá cómo empezó todo, qué convirtió al niño en un bicho raro, caldo de cultivo para mofas, señalamientos y acoso. Y por lógica, ya será el propio niño quien se encierre en sí mismo, como defensa, hasta que la cosa se agrave y salten las alarmas, con la víctima al borde del precipicio. Entonces se hablará de salud mental y de buscar un psicólogo.

Cuesta entender que se ponga tanto el foco en las víctimas, ya sean niños, jóvenes o adultos, se hable tanto de buscarles ayuda psicológica –necesaria, por supuesto– y no se mencione el evidente problema psicológico del que acosa, difama, humilla y maltrata en solitario o camuflando en la sombra de un grupo de figurantes, tan cobardes como él. Sorprende lo poco perseguidas y castigadas que están estas conductas, sabiendo la cantidad de suicidios que provocan. Quizá tanto buenismo con los que machacan al prójimo nos haya llevado a extremos tan vergonzosos como el vivido este mismo año, cuando una manada de jóvenes mató a otro en plena calle. Y quizá, en esas medidas anti suicidio que tanto exigimos debería estar presente, junto a la protección de la víctima, la sanción para quien se demuestre que lo ha provocado. Y, sobre todo, plantearse la asignatura Respeto obligatoria, evitaría muchos psicólogos y muertes.

O quizá eso no se plantee porque nos incumbe a todos y todos, mientras no nos afecte, estamos cómodos en la deshumanización en que vivimos que, en tema de penas, la desidia nos puede. Hace días, una persona querida por muchos de nosotros, con fundamento para opinar tras superar una enfermedad psicológica y un cáncer, decía en su muro de Facebook «Si a mí me preguntasen qué es lo que más temes en el mundo, contestaría que la humanidad, somos capaces de una maldad inconcebible y la empatía sólo es una palabra de moda…». Y cuenta lo agónica que fue aquella etapa depresiva y lo SOLA que estuvo. Terrible que para alguien que conoce la depresión y el cáncer, los humanos encabecemos su lista de miedos, superando a esos túneles que ha cruzado.

Así somos. Culpables de pereza ante el sufrimiento ajeno, que disimulamos con eufemismos y frases enlatadas e hirientes. Resiliencia. Positivismo. Actitud. Los golpes de la vida te fortalecen. Si caes diez veces, levántate once… O lo que es lo mismo: arréglatelas como puedas y no marees. Tremenda la crueldad de esas frases para quien sufra realmente, casi culpándole de estar mal por no esforzarse lo suficiente. Después nos asusta oír que cada día, once personas se quitan la vida en España y volvemos a lo de las medidas anti suicidios, mientras negamos esos primeros auxilios que están en nuestra mano, como un simple café, un paseo o una charla efecto manta para el que la vida se le está congelando en las venas.

El suicido. Un volcán silente que estalló esta semana por un nuevo cráter llamado Verónica. Una muñeca rota que si se hubiese quemado en los fogones habría sido socorrida, pero su quemadura interna, tan abierta que mostraba cicatrices de otros fuegos, fue convertida en Damnatio ad bestias con todos sus ingredientes. Verdugos buscando audiencia que ahora intentan excusar lo inexcusable. La crueldad del público convirtiendo la admiración de toda una vida en mofas e insultos en el circo de las redes, mientras ella se hundía en la arena. Minutos de gloria convertidos en trocitos de muerte.

Su mudanza fue silenciosa. Ahora La tentación vivía abajo y la dejamos irse... y hundirse.

Perdón, Verónica.
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