20/02/2023
 Actualizado a 20/02/2023
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«Tenemos libertad. Dadnos alas para protegerla». Eso ha ido a pedirles a los ingleses el ucraniano Zelenski. Necesita aviones para defenderse de los bombarderos de Putin el ruso. La libertad sin alas no sirve para nada. Es como vivir en una jaula. Es como un pájaro cautivo, como un cerebro no educado. Es como un ser humano con las manos atadas a su propio destino, abandonado en medio de un bosque sin caminos, sin salida, bien poblado de osos y urogallos. Como un ser humano al que se le ha privado de la capacidad de revelarse cuando se le oprime.

Porque lo primero que eliminan las guerras es nuestra capacidad de pensamiento. Especialmente las civiles, como se llama a las que ocurren entre fanáticos compatriotas. (Eso si es que hay alguna que no lo sea) y en las que, como escribiera Umbral en Leyenda del César Visionario: «No son fanáticos, son soldados en cuya quinta ha caído una guerra. Gente del pueblo que va a fusilar a otra gente del pueblo».

Por eso es necesario que venga alguien de fuera a darnos alas. Alguien que, en esas fechas, no esté implicado en ningún conflicto y sea capaz de mirar «desde lejos, desde siempre» que es la esencia y fundamento de todo pensamiento. Mirarse uno mismo desde fuera es darse alas. Es aceptar que las guerras nunca son la solución de nada, y, a la vez, que si nos atacan es preciso defendernos, no claudicar a las primeras de cambio, no entregarse, y, si es preciso dar la vida por la paz, que es lo más digo que el ser humano tiene a su alcance, de momento.

También necesitamos alas los ancianos (bien llamados viejos) que sufrimos afrentas y desprecios por parte de algunos supuestos ‘cuidadores’ en residencias y corralas en las que la comida y la atención medica brillan por su ausencia. Alas para volar hacia un pasado en el que nos fue imprescindible salir pitando del hogar para buscarnos el sustento, y redefinir nuestros principios y rebuscar entre los escombros nuestros sueños.

Alas para los jóvenes a los que se les va estrechando el cerco vital hasta tal punto que no encuentra trabajos dignos, ni habitáculos, ni verdades a las que aferrarse, o mentiras algo ciertas, salir, aunque sea hacia ninguna parte, pero huyendo del traqueteo y la verborrea de unos políticos (y políticas) que apuntan con su egoísmo y su estupidez como si fueran escopetas, repitiendo: O me votas, o disparo. O aceptas mis disparates o no cuentas. O te rindes a la evidencia de que has nacido en un tiempo equivocado, o ¡mala suerte!
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