24/03/2019
 Actualizado a 15/09/2019
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El pasado miércoles fueron noticia el desfile de colores de los pendones de esta tierra y la foto de familia de los representantes de las instituciones cívicas y políticas ante la fachada del Congreso de los Diputados en Madrid. Algunos es posible que echaran de menos entre aquel numeroso y representativo grupo fajín morado de prelado o alzacuello de clérigo, más que perceptibles por su singularidad. No los hubo y no por menosprecio de unos o por olvido de otros. Pero esta es otra historia, en la que se metió por medio el tópico que servidor repetidamente formula: la técnica y la Iglesia nunca se han llevado demasiado bien. Alguno seguro que me entiende.

Lo cierto es que celebraraquel acontecimiento que en 1188 reunió en la Colegiata de San Isidoro a rey, obispos, nobles y representantes de las poblaciones, la ‘curia regia’, bien ha merecido la pena. Allí, por primera vez en la historia de Occidente, que es como decir del mundo entero, se visibilizó ý articuló la corresponsabilidad de todos los estamentos ciudadanos. Allí se consagró un elenco de derechos humanos, en el que no había descartes despóticos y donde se establecían garantías para ellos. Sobre el papel, al menos, se acababan las arbitrariedades de los poderosos y se enganchaban a la administración pública las fuerzas de todos. Había nacido el parlamentarismo, la democracia.

Para sorpresa de navegantes en el laicismo contemporáneo, aquella buena gente (no tiremos mucho del adjetivo, por si acaso) firmó los diecisiete decreta «en el nombre de Dios». Casi nada. No olvidemos que la cristiandad imperante había metido a fuego en las conciencias el mandamiento del Sinaí que viene perfectamente al caso: «No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso». Muy serio era el asunto, no hijo de protocolos estereotipados e inanes; detrás estaba una estructuración teocrática de la sociedad, donde quien era, lo era «por la gracia de Dios».

A ese estado de cosas se había llegado después de siglos de trabajotenaz por hacer de la fe cristiana levadura en medio de la sociedad. Los esfuerzos por inculturar la fe y por humanizar las relaciones (con sus sombras, por qué no decirlo) fueron las manos del artesano que permitieron curtir el pergamino en el que se escribió la primera falsilla de un Estado de derecho. Por cierto que por entonces, también en León, el obispo Manrique de Lara andaba dándole vueltas a cómo echar arriba una nueva Catedral. La misma que hoy nos demuestra que exclusiones y fobias nunca estarán justificadas.
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