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Currículo y ridículo

08/04/2018
 Actualizado a 18/09/2019
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Conseguir un buen currículo académico cuesta dinero, mucho dinero. Como tener una casa suntuosa, un coche deportivo o una dentadura resplandeciente. Hasta la chilena perfecta es cuestión de dinero. Antes pensábamos que era necesario talento, poseer una cierta capacidad para lograr ciertas cosas. Pero nos equivocábamos. ¿Cuántos másteres de este tipo hay que, una vez pagados (las veces necesarias), hayan sido suspendidos? Quizás la propia idea del suspenso sea un pensamiento primitivo, perteneciente a un pasado sin evolucionar. Aprobar es rancio: ahora se abona. O se financia.

Aquello de que mentir en asunto público podía costarle el puesto a un cargo público –o al rector de una universidad, pongo por caso– también parece antediluviano. Y ni siquiera es vintage. Con estos cuentos antiguos entretendremos a nuestros hijos en las noches de insomnio que dedican a estudiar para añadir una línea más a ese currículo tan caro. Como la novela pastoril, hablan de Arcadias que nunca existieron.

Más allá, sin embargo, de las mentiras y el aferramiento al sillón de unos y otros, más acá de las filtraciones y de su origen y de la formidable caradura de quienes urdieron antaño la artimaña y quienes intentaron parchearla hogaño, queda una cuestión insatisfactoriamente contestada. ¿Por qué? ¿Para qué necesita alguien como la presidenta madrileña un currículo adobado con másteres de ese universo? ¿Para qué los necesitaron tantos políticos como los inflan, lo sepamos o no? Ya nadie cree en las meritocracias. El supuesto gobierno de los mejores, decantados en los partidos, ha sido sustituido por el de los míos, que, en general, suelen contar con un auténtico curriculum vitae, el que de veras les ha permitido llegar donde están, abarrotado de reverencias, bajezas, machetazos y otros estudios de posgrado. Ese sí es un cursus honorum fruto del esfuerzo, para el que el dinero es sólo otra asignatura.

Quizás lo que suceda a Cifuentes (como a tantos otros) es que, en el fondo, tan en el fondo que ni se les nota, se saben peores y están acomplejados: no son los más preparados ni merecen estar ahí. Por eso disimulan sus desconchones empapelando de títulos de mercadillo los despachos de las génovas del mundo. Ahora que han privatizado la enseñanza a base de privatizar los centros de enseñanza, pagan por unos conocimientos que no tienen, como quien paga por una memoria portátil de ordenador que contiene mucha información. Pero la información hay que usarla, y los datos no pueden leerse sin el software correcto. Sólo así se explica que gentes con estudios, másteres, experiencia profesional en la administración y en el gobierno hayan urdido tamaña chapuza para justificar lo injustificable. Si este es el nivel, imagínense qué dificultad tendría para ellos aprobar realmente ese máster y lo que les importa colgarlo en la pared.
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