21/06/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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Me niego a responder a la pregunta, ¿qué es la cultura? Solamente en Wikipedia hay como treinta definiciones y ninguna, bajo mi punto de visto, es totalmente cierta, por lo que someterla a unas reglas es imposible. De ahí que no entienda el afán de Sánchez de crear un ministerio con este nombre, porque la verdadera cultura nace del pueblo y acaba en el poder, nunca al revés. Además, los dos ministros que ha nombrado, (en el plazo de una semana), no están para comandar ese ministerio. El primero, porque ‘lo han pillao con el carrito del helao’, en este caso de sabor a Hacienda, y ya sabéis lo que decía Julio de las formas: «la mujer de César, además de no ser puta, tiene que parecer que no lo es». El segundo, por el contrario, llegó al cargo con todos los parabienes posibles: director durante años del Museo de Arte Reina Sofía, director de la Casa Encantada y poseedor de un vasto acervo de conocimientos. Tiene, el punto, todas las cualidades para lograr que el dicho ministerio funcione como un reloj suizo... hasta que se tiró de hemeroteca y salieron a relucir algunas perlas que dijo, en su momento, sobre lo bestias que somos los humanos(as), y lo buenos que son los animales, sobre todos los mamíferos. Y yo me pregunto, ¿qué pasa, que las tortugas, por ejemplo, no son dignas de ser admiradas? Como el dichoso ministerio es el encargado de reglar las corridas de toros en este país, rápidamente los taurinos han sacado su propia conclusión: este ministro prohibirá el noble arte de la tauromaquia. Ya he explicado aquí mismo lo que pienso de las corridas, (las de toros, no seáis mal pensados), varias veces. Nunca fui y nunca iré a ver una corrida. No porque me de pena el animal, no; el toro bravo, si no llega a ser por la ‘fiesta’, sería una especie extinta. No voy, simplemente, porque a las cinco de la tarde hace demasiado calor, no me gustan las aglomeraciones y me niego a pagar para verlas. Que uno no vaya no significa que piense que nadie puede ir. Allá él y sus hábitos, aficiones y circunstancias. Cómo aficionado a la ‘cultura’, no obstante, me llama la atención que gente que a mí me parecen genios, (Francisco de Goya, Federico García Lorca, Pablo Picasso, Andrés Calamaro, Ernest Hemingway, Orson Wells o Joaquín Sabina), fuesen, o son, fervientes admiradores de la fiesta nacional.

El nuevo ministro no ha dicho que prohibirá las corridas... todavía, y a lo mejor nunca lo hace, pero por sus palabras, y sus hechos, los conoceréis. Cuentan que un día estaba de excursión por la sierra de Ávila, (cosa por la que tengo que alabar su buen gusto), y se encontró con unos cazadores que bajaban con una cabra como trofeo y les recriminó su actitud, (les echó una bronca, vamos). Éstos le respondieron que había muchas y que era menester matar alguna para restablecer el equilibrio ecológico. El ministro les dijo que también había muchos seres humanos(as), y que nadie los mataba. Ahí erró, y mucho. Sí se matan a muchos seres humanos, a lo mejor no a tiros, que también, sino por muchas otras circunstancias: el imperialismo, la desigualdad, el hambre, las enfermedades inventadas por el hombre y no controladas, (el ébola, el sida). Y, por supuesto, erró en comparar la vida de un animal, cualquier animal, con la vida de un ser humano. El animal sabe que tiene que matar para comer y procurar que a él no lo maten otros animales que están por encima en la cadena alimentaria. A quién teme más una gacela, ¿al hombre o al león? ¡Pues eso!

Si es cuestión de ponerse digno, vale, de acuerdo. Que se prohíban todas las explotaciones ganaderas de este país nuestro, donde los pollos, las vacas, los gochos o los conejos están prisioneros en un espacio ridículo. O que se haga lo mismo con tener animales en un piso, perros sobre todo. El perro, el mejor amigo del hombre, es un animal domesticado, sí, pero primo hermano del lobo, el animal más libre de la creación. ¿Por qué someterlo a la tortura de hacerlo vivir en un piso de ochenta metros cuadrados?

Al final, es volver siempre a lo mismo: prohibido prohibir. A uno tampoco le gusta nada de nada la caza, pero, estamos en lo mismo, no voy a llamar hijos de puta a los cazadores, mayormente porque conozco a muchos y no lo son. Además, muchos de ellos son más ecologistas que los que se manifiestan y llevan el carnet en los dientes.

Los defensores de los animales, ministro incluido, harían muy bien, cree uno, en dedicar sus desvelos a lograr que no existan niños sin escolarizar o muriéndose de hambre, adultos en el paro, y bancos y demás instituciones de usura a los que no les tiembla el puso cuando tienen que ejecutar una hipoteca, pongo como caso. Cuando logren estas y otras cosas de importancia, que se dediquen a defender a los bichos, toros incluidos. Salud y anarquía.
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