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Cuestión de hostias

09/09/2021
 Actualizado a 09/09/2021
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Ahora que han pasado varios años y que imagino que el delito haya prescrito, confieso que en uno de mis primeros días en este periódico fui de empalmada a trabajar. La noche se me había alargado y aquella mañana tenía que entrevistar al actor Nacho Guerreros, para entendernos Coque el de ‘La que se avecina’, que había venido a las Teresianas a contar su experiencia con el ‘bullying’. El caso es que andaba disperso, no sé si por la escasez de sueño o por la abundancia de sed, y solo recuperé ciertas capacidades cognitivas cuando el entrevistado me dejó un titular: “Ni puedo ni quiero perdonar a quienes me acosaron en la escuela” ¿Cómo podía ser que un profesional tan exitoso no hubiera hecho tabula rasa de algo que pasó hace 40 años? Cuando logré estar más fresco, la respuesta no me pareció tan complicada: la infancia y los traumas que puedan darse en ella condicionan toda una vida.

Mañana comienza un nuevo curso y muchos niños y niñas consultarán temerosos los listados de compañeros de clase esperando no encontrar el nombre de su particular Nelson Muntz. Y es que el acoso escolar es la principal, casi la única, inquietud de quien la sufre. Ni aprobar ‘Mates’, ni conseguir el cromo de Griezmann, ni el baile de la función de Navidad. Más en la era de los ‘smartphones’, cuando el timbre del ‘todos para casa’ no pone fin a la pesadilla, que se prolonga en forma de ‘wasaps’ o llamadas amenazantes convirtiendo el ‘bullying’ en una tortura 24/7. Hostias físicas y emocionales. Unas duelen, otras dañan.

Quienes las sufren en primera persona arrastran miedos, complejos y problemas psicológicos para el resto de sus días, con el evidente peligro y el elevado coste que esto tiene tanto a nivel individual como colectivo. De este modo, no me parece descabellado pedir un pacto de Estado contra el acoso escolar, al nivel de la violencia de género o de la despoblación rural, ya que sus consecuencias en la sociedad pueden ser y son de extrema gravedad.

Esto no es un ‘me too’. Por suerte, no sufrí ‘bullying’ ni hice que otros lo sufrieran pero, como imagino que la gran mayoría, sí que lo vi. Y también supongo que como casi todos callé y dejé de forma cobarde que jodieran día tras día a alguno de mis compañeros. Ahora me arrepiento de ello y, si alguna vez soy padre, me gustaría educar a mi hijo o hija para que no cometa el mismo error y plante cara a los que se burlan o pegan de manera sistemática a otros niños.

Y es que esa es la única vía posible para acabar con el ‘bullying’: la educación. En casa, no en la escuela. Porque detrás de cada hijo acosador hay un padre o madre que ha fracasado como tal. Porque en cuestión de hostias, lo conveniente es no enseñar ni a darlas ni a recibirlas.
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