13/01/2015
 Actualizado a 13/09/2019
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De modo que una vez superada la anestesia navideña, la cual, visto el derroche en escarchas y espumillones, ha debido resultar especialmente beneficiosa para los bazares chinos, hemos entrado, pienso, en la cuesta abajo. Hace años, mejores años que éstos incluso, solía hablarse de la cuesta de enero como la tendencia natural de este mes de rebajas y subidas de precios más o menos generales. Ahora ya no, ahora ya no se sabe ni cuándo hay rebajas y, según los informativos oficiales, que son prácticamente todos, tampoco hay cuesta arriba, sino más bien un suave descenso hacia el paraíso electoral que nos aguarda.

2015, el año del espejismo, ha comenzado como procede, con casi todos los indicadores a la baja y con el poder adquisitivo de salarios y pensiones dicen que en pompa. Bajan las primas y las bolsas, bajan el petróleo y el euro, baja la inflación y hasta el desempleo. Si no fuera por el yogur griego y por nuestro acné político juvenil la euforia sería mayúscula. Es más, si no hubiese subsaharianos asaltando la valla de Melilla o sirios desesperados atravesando el Mediterráneo, todo nos iría mucho mejor, quién lo duda. Que suban los billetes de los trenes de cercanías o media distancia, que son los que usa el común de los mortales, no tiene relevancia; al fin y al cabo, si no pensáramos mal, comprenderíamos que son ingresos necesarios para que la alta velocidad selecta se acomode a los ritmos de las campañas y disfrute de votantes indecisos. Lo mismo que carece de importancia que se eleve el IVA de equipos médicos, instrumental sanitario y productos farmacéuticos, porque al cabo lo compensa la rebaja fiscal que favorecerá el consumo de chucherías en zocos sin límite horario.

Así son ahora las cosas, cuesta abajo y sin frenos a través del relato idílico de la recuperación. Francamente, debo confesar que la única pendiente que no tiene dobleces es la que canta Serrat: «Vamos bajando la cuesta, que arriba en mi calle se acabó la fiesta». Pero ése es otro negociado.
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