02/10/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Como ya os expliqué la semana pasada, a uno no le gustan los cuernos. Los de verdad, ¡eh!, que los otros, los que cuentan, uno los tuvo y los llevaba con toda la dignidad posible. Ya lo dijo Cicerón, (o uno que se conformaba con poco), «un hombre sin cuernos, es como un jardín sin flores». Es cierto que Cicerón vivió en Roma, y, allí, estaba bien visto hacer el oso con cualquiera menos con la tuya. Julio César, cuando celebraba un Triunfo, tenía que soportar que los soldados de la XIII Legión gritasen por toda Roma: «Maridos, esconded a vuestras mujeres que ha llegado el seductor calabaza monda». Pero no estamos hablando de esos ‘cuernos’. Hablamos de los físicos, los que llevan los toros como arma de ataque. La tauromaquia no nació en España. En los frescos y en las vasijas que se han encontrado en Creta, el toro y su lucha con el hombre, está inmortalizada. Y en los juegos del Circo , los ‘números’ principales eran las carreras de cuádrigas y, ¡como no!, las luchas de los hombres con el toro.

Nos rasgamos la moral y nos echamos ceniza en la cabezaporque veinte siglos después, en este país donde abundaban los conejos (de ahí viene el nombre fenicio de Iberia), sigan celebrándose corridas y festivales donde el toro es protagonista de la fiesta y donde, a diferencia de Creta o de Roma, muere siempre el animal y casi nunca el ‘toreador’. «Es cruel esta fiesta», dicen los anti. No digo que no..., es más, estoy de acuerdo. La lucha es desigual. Y cruel. Maltratamos al animal para divertirnos, cosa, dicen ellos, propias de pueblos subdesarrollados. No digo que no, mire usted. Pero hablemos del maltrato... El perro, nuestro más fiel compañero, es descendiente del lobo, el bicho más libre de la creación. Pocas veces veréis a un lobo enjaulado. Pues nosotros, hacemos vivir a esta pobre bestia, en sesenta metros cuadrados. ¿Por qué lo hacemos? La soledad es muy mal compañero de viaje para el hombre y la intentamos mitigar con su compañía. Les damos de comer porquerías, los sacamos a pasear un ratito y, en los casos más extremos, nos servimos de ellos para aliviar nuestras ansias inguinales. ¿Que no? ¡Anda ya! Uno conoce varios casos donde el perrito es usado como consolador. En uno concreto, una vieja había logrado que su perro la lamiese el ‘chichi’ de forma magistral. ¿Hay una prueba más flagrante de maltrato animal? No. Salud y anarquía.
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