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Cuento nupcial

23/09/2018
 Actualizado a 12/09/2019
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Érase una vez una pareja a la que sus amigos preparan sendas despedidas de soltero en León, con tan buena suerte que tienen prohibida la entrada a La Bicha.

Dos meses después se celebra la ceremonia en la Catedral de Getafe. Oficia un cura parecido a Mr. Bean que declama la homilía con la aspiración de recibir el visto bueno del Millán de Martes y Trece. Y Millán sigue sin contestar.

Arrastrada por uno de los ilustres invitados, la juventud llega a la finca del banquete justo para el cóctel. El ilustre, rezagado por culpa del pantalón de traje que con brava autonomía se escurrió inadvertidamente de la percha pasando a la condición de sin techo bajo el sol inclemente de la Comunidad de Madrid, hubo de sustituir al fugado por otro pantalón que, si bien guardaba un color parecido, tenía ancho de pernera de sofocador de incendios más que de torero, como al ilustre hubiese gustado.

Insensibles a las críticas de apropiacionismo cultural que pudieran provocar en algunos círculos, los anfitriones optaron por amenizar el cóctel con un coro gospel de cantantes blancas y cava de La Rioja. El acierto fue tal que las amantes parejas decidieron que ese era el momento del baile.

Una vez sentados los invitados ante un despliegue de cristalería sin igual, y sonando ‘Sweet Child O’ Mine’ de los Guns ‘n’ Roses, hacen entrada los novios hacia la mesa presidencial con el desparpajo de los bailarines de la Verbena de la Paloma.

El banquete discurrió con escasos vivas porque la parejita, escurridiza, al menor despiste se escapaba a agasajar con especiales detalles a los invitados. Luego, con la guardia baja de la digestión, por si algún asistente no había sido embargado por la emoción de sentir la marca inexorable del paso del tiempo, proyectaron un vídeo del que decir lacrimoso es poco. Los más sentimentales se fueron directos a la barra libre, y de seguido al fotomatón. Allá penas.

Un tribunal autoproclamado tal sentenció que el premio de la elegancia debía ser para la mamá del novio y el premio del espíritu festivo para el papá de la novia; y una maestra purpurinas autoproclamada tal roció con el brillante producto incluso a los más heroicos invitados: los que aguantaron con la chaqueta puesta hasta el final y el ojo sin cerrar hasta el hostal.

Seguro vivirán felices los recién casados D&L. Pero habiendo descartado viajar de luna de miel al contrastado como afrodisiaco III Encuentro Nacional de Encajadoras de Bolillos de Lorenzana, en favor del mucho más prosaico Bali, dudo yo que coman perdices.
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