20/05/2018
 Actualizado a 19/09/2019
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Después de matar a dos personas, antes de matar a otra y de ser abatido por la Guardia Civil, Jesús Andrés Iglesias se quedó en la ventana de su casa fumando un cigarro y escuchando el Carrusel Deportivo. Desde allí, había convertido en una matanza la procesión del Corpus en Herreros de Rueda, pétalos y sangre cubriendo la única calle del pueblo, hará 22 años dentro de pocas semanas. Esa misma frialdad demostró hace pocos días el hijo del pastor de Castrogonzalo (Zamora), que siguió cuidando sus ovejas mientras todo el pueblo buscaba a la joven que él acababa de matar a pedradas. Incluso cenó con su padre, al que luego intento culpar del crimen, y salió a colaborar en las batidas. Los dos asesinos, al parecer, eran vecinos conflictivos, así que en ambos sucesos apareció en los medios de comunicación ese inevitable testimonio que se podría considerar un clásico del género, el «ya se veía venir» que suelen decir algún vecino o algún familiar que adoptan esa irritante actitud de quien te recuerda un «te lo dije» cuando ya no puedes negar que has cometido un error. Existe otra frase que también se podría considerar un clásico de los testimonios de sucesos, aunque con la particularidad de que se pronuncia antes de la tragedia y que se puede escuchar en prácticamente cualquier pueblo que se visite: «Éste cualquier día la prepara». Puerto Hurraco está a la vuelta de demasiadas esquinas, donde siempre puedes encontrar a alguien dispuesto a solucionar los problemas pegando cuatro tiros. Analistas, tertulianos, consejos de sabios, sociólogos y opinadores varios se referían estos días al crimen de Castrogonzalo y, en su intento de contextualizar el drama, que viene a ser algo así como querer entender lo que pasa en un pueblo desde una ciudad, hablaban de violencia machista, peligrosamente obvio cuando la víctima es una mujer y el asesino es un hombre, del necesario endurecimiento, según ellos, de las penas en la Ley del Menor y también del fracaso de nuestro sistema educativo, algo no del todo cierto teniendo en cuenta que el cafre de 16 años era capaz de diferenciar una por una a sus 200 ovejas pero no pisaba, en cambio, por el instituto. En ningún caso se contemplaban, entre los ingredientes del crimen, las consecuencias de la despoblación, que la cantidad y la calidad de los vecinos de nuestros pueblos están generando lo que en estudios universitarios se definirá como deterioro social y en las verbenas simplemente como salvaje Oeste. En esta tierra, literal. Es algo de lo que se olvidan nuestros políticos ahora que se acuerdan (un poco demasiado tarde) de la despoblación, que va camino de desbancar en los discursos de las próximas campañas electorales a los mismísimos emprendedores, corriendo al final la misma suerte que éstos: el abandono. La víctima del crimen de Castrogonzalo era exactamente lo que necesita el medio rural para poder sobrevivir: una joven enérgica, cualificada y con experiencia en el extranjero que había tomado la decisión de volver a su pueblo para crear una familia y trabajar por ambos. El asesino, a estas alturas aún presunto, era exactamente de los que despiertan allá donde vaya el comentario de «éste cualquier día la prepara». Quizá hubiera sido igual de bárbaro en cualquier época y en cualquier paisaje, pero no estaría de más que los dirigentes se dieran cuenta de que, en este languidecer de nuestros pueblos, los guetos ya no están sólo en las afueras de las ciudades sino también repartidos por las montañas, las riberas y los páramos, allí donde es imposible vivir sin sentirte olvidado.
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