04/06/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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El número cuarenta, al igual que otros números, tiene en la Biblia un significado particular. No se entiende al pie de la letra, sino que refleja en este caso concreto que nos encontramos ante un período difícil, de prueba. Cuarenta años de travesía del pueblo de Israel por el desierto, cuarenta días y cuarenta noches del diluvio, cuarenta días de Jesús siendo tentado por el diablo... y otros muchos más ejemplos.

Ahora nos encontramos en España con una situación, decidida por el pueblo, no de cuarenta, pero sí de cuatro años de diferentes gobiernos, nacionales, autonómicos y municipales, que para algunos serán tal vez de esperanza, pero para otros muchos de incertidumbre. Cuatro años en tiempo real (en griego kronos), pero que en tiempo piscológico (en griego kairós) pueden convertirse en cuarenta, es decir, casi en una eternidad. Cuatro años que algunos sueñan que serán idílicos, de aumento del bienestar y de la paz social, y otros de verdadera travesía por el desierto. Cuatro años en estos tiempos en que todo va tan aprisa son ciertamente muchos años. Cada uno de nosotros tendrá entonces, al final, cuatro años más. Los adolescentes que hoy tienen catorce años ya podrán ejercer su derecho al voto y muchos de nosotros, tal vez la mayoría de nuestros amigos, serán, seremos, pensionistas.

Bajando al terreno de lo concreto y teniendo en cuenta alguno de los medidores de la llamada sociedad del bienestar, podemos preguntarnos por ejemplo cómo estarán dentro un lustro las cifras del paro. Los que hemos seguido la trayectoria de los diferentes gobiernos desde que se instauró la democracia en España hemos visto cómo con los gobiernos de un signo (adivina de cuál se trata) traían siempre consigo el aumento del paro hasta que venían otros, de otro signo, a recuperar, aunque fuera de forma más limitada, la creación de empleo. Siguiendo los gráficos que han representado esta evolución, ¿qué futuro creen que nos espera?

Pero, siendo la economía tan importante, no es ni lo único ni lo principal. Hay otros valores sociales, morales, culturales, religiosos… cuyo futuro, que vemos con bastante preocupación, no parece que esté garantizado. Al contrario todo parece indicar que nos encontramos ante una ingeniería social dispuesta a cercenarlos.

No queremos ser profeta de calamidades, pues hay que ser optimistas, proactivos, esperanzados… Pero no podrán negarnos que en este momento somos muchos los que, hablando de esperanza, nos resignamos a decir aquello de que la esperanza es lo último que se pierde.
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