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Cuanto más puros, mejor

05/06/2021
 Actualizado a 05/06/2021
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Decía el gran Delibes, cuyo centenario venimos celebrando este año, en su discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua pronunciado en 1975 que «ya que, inexcusablemente, los hombres tenemos que servirnos de la Naturaleza, a lo que debemos aspirar es a no dejar huella, a que se nos note lo menos posible». Parece que no caló el mensaje que, aseguran los cronistas, no fue demasiado bien recibido por los académicos de la época. Delibes se estaba adelantando unos cuantos años en la reivindicación ecologista y por aquella ya andaban sueltos los negacionistas. Curiosamente justo un año antes la ONU había decidido establecer el cinco de junio como Día Mundial del Medio Ambiente.

Por estas tierras ahora andamos de lucha contra unos mastodónticos parques eólicos con los que el ‘Ministerio de Transición Necrológica’ pretende darnos la puntilla prometiendo riquezas por doquier. Menos mal que la aguerrida montaña leonesa bien sabe defenderse de los ataques invasores y al menos existe una plataforma disuasoria en la que tenemos puestas todas nuestras esperanzas.

Y es que parafraseando de nuevo a Delibes «el hombre sabe lo que le es útil hoy pero ignora lo que le será útil mañana. Y la destrucción de la Naturaleza no es solamente física, sino una destrucción de su significado para el hombre, una verdadera amputación espiritual y vital de éste. Al hombre, ciertamente, se le arrebata la pureza del aire y del agua, pero también se le amputa el lenguaje, y el paisaje en que transcurre su vida, lleno de referencias personales y de su comunidad, es convertido en un paisaje impersonalizado e insignificante. En este juego participamos todos, pero nadie debe reservarse el derecho de hacer trampas».

Seguro que recuerdan aquellos primero paseos de mayo tras la salida del confinamiento. Surtidos de macizos de enormes rojas amapolas que como ríos de sangre primaverales asaltaban los caminos. El comentario era unánime. Este respiro ha favorecido los campos y paisajes.

Veíamos esta semana la escena de un corto sobre el cuidado de la naturaleza. Tras un trémulo beso que el protagonista depositaba imperceptiblemente sobre los labios de una muchacha, resonó como discordante el comentario de aquel alumno de 1º de ESO.

-¡Vaya mierda de beso!

-¿Y tú que sabes?, le inquirió otro compañero inquietado.

-Pues porque he besado más que él, resolvió el infante catedrático en lances amorosos.

Y la verdad es que el adelantado mocín tenía su razón. El beso era insulso y desaborido, como esas manzanas recongeladas que han perdido su aroma y textura naturales a fuerza de tanto injerto y manipulación genética. Y es que las manzanas, como la tierra y las amapolas, como el aire, la palabra y el beso, cuanto más puros, mejor.
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