29/03/2016
 Actualizado a 07/09/2019
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Hace pocos días unas jóvenes me contaron que pensaban ir a una procesión que tendría lugar en un bello pueblo del Bierzo. Me sorprendió su inesperada devoción y acto seguido decidí buscar información en internet, sospechando que debía ser una procesión un tanto especial. En efecto se trataba de una de esas manifestaciones mal llamadas laicas, irreverente, grosera, blasfema, ofensiva contra la fe y el buen gusto, cuyo nombre me da asco enunciar. No fue difícil convencerlas de que sería una indecencia y una ofensa aDios el participar y me hicieron caso.

Confieso que no soy especialmente forofo de las procesiones de Semana Santa, las de verdad, pero al mismo tiempo reconozco que se trata de unas manifestaciones cada día más arraigadas y llenas de alto valor religioso, estéticoy cultural, que nunca deberían desaparecer. Ciertamente no son lo más importante de la Semana Santa, aunque sociológicamente sean muy aceptadas por la sociedad. Pienso que son mucho más importantes las celebraciones litúrgicas y sobre todo la coherencia de vida cristiana, con su implicación de amor a Dios y compromiso con los más necesitados.

Resulta chocante el ver a gente que se desvive por sus cofradías durante estos días, pero que el resto del año no participa para nada en la vida de la Iglesia ni lleva una vida acorde con el Evangelio. No obstante, hay algo que siempre me llama la atención en las procesiones, y que este año lo he vuelto a comprobar: las miradas de los que contemplan el paso de las imágenes. Concretamente este año he asistido a dos:la del Cristo del Camino y la Virgen de los Dolores en Flores y del Sil y la de Jesús Nazareno del Silencio de la parroquia de San Pedro de Ponferrada. He ido siempre detrás de las imágenes y observando a ambos lados a la gente que permanecía en silencio respetuoso en las aceras, a pesar del frío y de la hora, mirando a las respectivas imágenes. Era gente de toda condición y edad, hombres, mujeres, niños, obreros… Se notaba que estaban allí era por algo más que por ver un simple desfile. Era muy fácil percibir en sus ojos fe, devoción, amor, compasión. Y es que la contemplación del rostro dolorido de Cristo o de su madre no puede dejar a nadie indiferente. Pero, al mismo tiempo, trataba de ponerme en el lugar de Cristo o de María, mirándolos a ellos. Sin duda ese cruce de miradas tiene un valor incalculable. Ya se sabe que ser cristiano es mucho más que ir a las procesiones, pero Dios es tan bueno que nunca podrá olvidar esas miradas tan sinceras.
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