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Crónica de Nueva York

23/07/2022
 Actualizado a 23/07/2022
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Desde esta planta número 102 del Empire State, y mientras la mirada se pierde, enredada en las vistas de Manhattan, desafiantes y vertiginosas, en duelo con un cielo azul cobalto, he recordado, no sé por qué, la pujanza rutilante de la pulchra leonina. Me separan 381 metros del suelo la misma distancia en la que pudiéramos apilar nueve réplicas de catedrales leonesas una sobre la otra.

Evocaciones legionenses, ¡si es que los leoneses no perdemos nunca de vista a la tierrina! Esta vez quizá porque curioseando, acabamos de descubrir que en un condado cercano a Nueva York llamado Cattaraugus, existe el pequeño pueblo de León de apenas 1.400 habitantes, que eligió su nombre por sugerencia de uno de sus primeros pobladores John Waterhous, escrito sin la ‘e’ final que todos echamos de menos. El bueno de Juan decidió el nombre pensando precisamente en el Reino de León, del que parece ser sentía admiración. Como dato curioso se estima que un 76% de la población pertenece a los Amish de la llamada antigua orden.

Estos simpatizantes del Reino legionense, se asentaron sobre un pueblo llamado Conewango, topónimo de etimología india.

Y hablando de indios, refiere Alfonso Armada, actual presidente de honor de Reporteros Sin Fronteras, que fue corresponsal en Nueva York para ABC durante cinco años coincidentes con el luctuoso suceso de las Torres Gemelas, que algunos de los soldadores y albañiles que construyeron los armazones de acero del Empire y otros rascacielos neoyorquinos, eran precisamente indios mohawk. El periodista, al que tuve la suerte de escuchar en un curso recientemente celebrado en la sede de Ponferrada de la UNED coordinado por Carlos Fidalgo sobre periodismo en tiempos de guerra, en su libro ‘Diccionario de Nueva York’ cuenta de modo curiosamente inquietante los rasgos físicos de esta tribu india que fue descrita, según informa Armada, por Joseph Mitchell en un artículo publicado en los cuarenta, como dotados de «salientes pómulos, prominentes narices, ojos marrón oscuro, tristes y perspicaces, piel suave y cobriza y altiva forma de caminar, semejante a la de los gitanos» así como con la increíble agilidad de una de esas cabras montesas que campan a sus anchas por nuestros riscos. Parece que precisamente por esa rara habilidad, reclamaban ocuparse del ensamblaje de las vigas, operación más peligrosa y mejor remunerada. De ese modo llegaron a formar parte del skyline neoyorkino, reflexiona Alfonso Armada, convirtiéndose en los protagonistas de una extraña paradoja al contribuir a engrandecer a la gran superpotencia, haciendo artesanía monumental del hormigón y la grava asentada sobre los huesos extintos de sus antepasados, «remachando los miradores sobre el porvenir. Nunca sus dueños».

Aunque se puede decir que Nueva York no tiene amo, de todos y de ninguno. Ciudad Esperanto, donde se hablan más de doscientas cincuenta lenguas: «desde el corazón a las afueras».

Urbe de contrastes que se debate en cifras contradictorias, entre un millonario por cada 24 habitantes y 1,5 millones de pobres que transitan por el Bowery, donde según Armada «el rostro palidece en invierno».

Esta tarde, musical en Broadway: ‘El Rey León’, si es que ¡no me olvido de la tierrina ni cruzando el charco!
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