31/05/2015
 Actualizado a 19/09/2019
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Espero que el titular de esta columna haya captado la atención de algún futbolero, que lo de hablar de CR7 parece que no cansa, ya sea para idolatrarle o para todo lo contrario. Lo siento, querido lector. Lo de la cabecera ha sido una simple triquiñuela para atraer su interés. Estas líneas no van dedicadas a la masa muscular del portugués, ni a sus incontables goles, ni siquiera a la tristeza de su corazón, roto por la fría Irina.

En estos tiempos de futbolistas poco dados a mojarse y muy propensos al color del dinero, bien está recordar honrosas excepciones que nos hablan de jugadores entregados a la pasión y a la militancia, aunque ello les pueda suponer un mal de ojo o la pérdida de un jugoso contrato.

1997. La selección italiana sub-21 se frentaba a Moldavia. De repente, golazo del corpulento ariete transalpino, de nombre Cristiano y apellido Lucarelli. Su figura lució imperial cuando se subió a una valla publicitaria, puño izquierdo en alto, para enseñar con orgullo la camiseta que portaba debajo de la ‘azzurra’. Un sonriente Che Guevara sobre fondo rojo. Los directivos de la Federación Italiana debieron pensar de él lo mismo que Esperanza Aguirre de Pablo Iglesias. “Este chico es un peligroso radical”. Consecuencia: Lucarelli tardó diez años en volver a vestir la elástica nacional, en este caso ya en categoría absoluta y por aclamación popular.

Cristiano nació en Livorno, cuna del comunismo en el país de la bota. El niño Lucarelli forjó su carácter entre el balón, la hoz y el martillo, jurando, de paso, amor eterno al equipo de su tierra, el A.S. Livorno Calcio. Los avatares del fútbol le llevaron de peregrinación por diferentes clubes. Entre idas y venidas, el Torino le ofreció un goloso contrato de un millón de euros por una sola temporada. Sin embargo, por la mitad de ese dinero, el goleador prefirió aceptar la propuesta de su Livorno, entonces en la Serie B. «Para algunos, su sueño es ser millonario y comprarse un Ferrari. Lo mejor de mi vida será jugar en el Livorno». Dicho y hecho. Sus goles devolvieron a la ‘squadra’ de la Toscana a la élite del fútbol italiano 55 años después. Y en la temporada siguiente, se convirtió en ‘capocannoniere’ (máximo goleador) para alcanzar la competición europea. Lo nunca visto. Entre medias, Lucarelli financiaba obras benéficas, apoyaba huelgas y cantaba el himno comunista ‘Bandiera Rossa’. Gracias, Quique Peinado, por contar su historia en tu libro ‘Futbolistas de izquierdas’. Muy recomendable, incluso para futboleros de derechas.
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