19/01/2015
 Actualizado a 07/09/2019
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Si tuviera que elegir una expresión para describir cómo me siento cuando vuelvo a León, diría que como si anduviera sobre cristales rotos. No distingo quién es quién y a lo que juega cada cual. No me oriento. Si tuviera que elegir una página sublime, en la prosa de la literatura española, propondría la escena undécima de ‘Luces de Bohemia’ del maestro Valle Inclán. No sé por qué la escena me ha recordado la realidad que estamos viviendo «Una calle del Madrid austriaco. Las tapias de un convento. Un casón de nobles. Las luces de una taberna. Un grupo consternado de vecinas, en la acera. Una mujer, despechugada y ronca, tiene en sus brazos a su niño muerto, la sien traspasada por el agujero de una bala. Max Estrella y Don Latino hacen un alto».

El niño acribillado es nuestro tiempo; esta época de congoja colectiva en la que la corrupción ha arrasado con todo, con la confianza que teníamos en que, muerto el dictador, la izquierda regeneraría la vida pública; y arrasado con el bienestar, con las esperanzas, con la ética, con la fe, y hasta con la poesía. «–-También aquí se pisan cristales rotos. –¿La zurra ha sido buena! –¡Canallas!...¡Todos! Y los primeros nosotros, los poetas. –Se vive de milagro». La madre despotrica contra los intocables asesinos y, ante la advertencia de una vecina: «Ten cuidado», Romualda; le contesta: «¡Que me maten como a este rosal de Mayo!»

Y la reflexión del eximio y mendicante poeta, que hago mía, bien merece reproducirla y hasta recitarla en alta voz: «–Latino, ya no puedo gritar… ¡Me muero de rabia!... Estoy mascando ortigas… La Leyenda Negra en estos días menguados es la Historia de España. Nuestra vida es un círculo dantesco. Rabia y vergüenza».

Me libré de milagro del zarpazo de la hipoteca, pero sufrí en mis carnes la decepción de comprobar que «los míos» se comportaban de la misma manera que «los otros» cuando accedían al poder y que parecían olvidar pronto sus compromisos que creíamos indelebles. Solo me faltaba tener que aceptar que también nosotros, los poetas, somos unos canallas, como asegura Max Estrella, nuestro príncipe.

Nunca pensé que la edad, la provecta edad, fuera a presentarse como un baluarte de salvación contra la desesperanza. ¿Qué la calle está llena de cristales rotos? No se sale. Total, para tener que cruzarse con tanto y tanto canalla. Para eso, se refugia uno en los recuerdos ¿Qué me queda? Que me maten como a ese rosal de mayo. Ya no espero otra cosa.
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