10/05/2020
 Actualizado a 10/05/2020
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Tal y como ocurriera algo más de una década atrás, la palabra crisis ha vuelto a situarse en el núcleo de nuestra existencia. Con diferencias respecto a entonces, es cierto: nada relacionado con la salud pública hubo en aquellos tiempos salvo en lo que se refiere a las consecuencias vía recortes. En cualquier caso, por más que pudiéramos considerarlo casi un estado permanente en el ser humano y su entorno, cada vez que una crisis se asoma y se le concede escenario algo se tambalea. Conviene, pues, explorar el término.

En las actuales circunstancias no deberíamos olvidar el parentesco que los griegos clásicos otorgaron al término crisis con crítica, que significa análisis o estudio de algo para emitir un juicio, y también con criterio, que es razonamiento adecuado. La crisis nos obliga a pensar y, en consecuencia, produce análisis y reflexión para poder cambiar el mundo, nunca para repetirlo miméticamente considerando que cualquier tiempo pasado fue mejor. Craso error el de aquellos que simplifican ese amplio contexto crítico y craso también el de quienes nos siguen hablando del retorno al punto de partida. Aunque más imperdonable es todavía, por su repercusión social, el papel de aquellos gobernantes e intelectuales que se niegan a la evolución y dictan leyes o preceptos que huelen a moho y suenan a evasiva. El compromiso sólo es inherente a quienes quieren ver; lo opuesto se llama necedad.

De las palabras no vivimos, es verdad, pero nos alimentan, aunque su uso torcido nos conduce a falsas ensoñaciones o a noticias falsas directamente. Y por eso unas y otras, alucinaciones y mentiras, se combaten con criterio y con crítica. Todo ello es pensamiento al cabo, lo que deberá situarnos al fin en la posición adecuada para la toma de decisiones, que es el primer significado de aquel viejo vocablo griego, ‘krisis’, decisión. De modo que, visto así, no debiéramos abominar tanto de la crisis, de ésta o de otras, sino explotar sus significados más provechosos para progresar.
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