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Crimen y castigo

12/02/2020
 Actualizado a 12/02/2020
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Asesinos siempre los hubo desde que Caín mató a Abel y, oficialmente, cuando se creó como secta, en las Cruzadas. Estos casos los hubo, los hay y los habrá. Y son recreados por las televisiones, que cada los vez muestran con menos recato. Carne quiere el vulgo, y carne triturada le suministran –como le dije yo a un jefecillo de la diputación por la paranoia con que trataba a sus subordinados–.

Pero a lo que vamos. Hay crímenes que, en su momento, me helaron la sangre. Como el del sádico que arrancó los ojos de una joven, a la salida de una discoteca en Avilés. Cumplió media condena y acaba de salir en libertad. Encontrará trabajo, posiblemente tendrá hijos y pensará que se ha convertido en una persona respetable. En absoluto. Quizás se cruce con la víctima, pero ella no lo verá, ni podrá acercarse a él para escupirle en la cara. Un caso este de extrema crueldad y menosprecio de la mujer, como una propiedad exclusiva. Lo cierto es que no se ve una reciprocidad entre el daño causado y la pena impuesta.

Otro caso de crueldad fue el de un joven que huyendo, tras una fechoría, tuvo un daño en su coche. Un hotelero, paró para ayudarlo y, sin mediar palabra, le descerrajó un disparo acabando con su vida. El saldo, cinco muertos y dos niños huérfanos. Ciento trece años de sentencia, de los que cumplió una quinta parte. Como buen asesino, era inteligente y tenía dotes para la pintura. En prisión, se enamoró de él una funcionaria y tal y tal. Lo que me lleva a pensar que, para acceder a estos puestos, no basta haber empollado un temario, sino que habría que establecer un perfil, para que los carceleros, guardaran cierto distanciamiento con respecto a los reclusos.

Siguiendo el rastro, recuerdo un motín en la cárcel de El Callao, en Perú. Desde luego, las prisiones de América y de medio mundo son el paradigma de crueldad y distan mucho de los penales europeos, donde la reinserción es posible. El motín dejó decenas de muertos, pero lo más penoso fue el destino de una psicóloga, enviada para mediar con los reos. Un diálogo imposible, porque, en su vesania, le cortaron la lengua y enmudeció para siempre.

Volviendo a España, es curioso que las fugas de presos hayan desaparecido, en la práctica. Carece de sentido. Para un sádico, como el bárbaro, de Avilés –no hablemos ya de sediciosos y separatistas– la libertad está al alcance: un dictamen de un psicólogo de la escuela de Rousseau, la firma de un juez... Y vuelta a la calle.
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