Cotidiana e inevitable

Manu Salamanca
26/09/2019
 Actualizado a 26/09/2019
No odio para nada la nueva tecnología y sus supuestas ramificaciones científicas e innovadoras, quizá me hayan decepcionado en parte, ya que esa desconexión que en ocasiones me resulta tan flamante buena idea creo que me sigue siendo muy conveniente y realmente necesaria, no sólo a mi, sino también a todos los que pensáis como yo.

Quizá no porque esta nueva forma de comunicación tan moderna y avanzada como muy útil, nos este alejando un poco de quienes somos realmente, ni porque esté destruyendo en parte nuestra civilización occidental, seguro que sentirnos libres de la muy sofocante herramienta, pudiera hacernos recuperar parte de nuestro control que en la gran mayoría de determinados momentos hemos perdido.

No obstante muchos de nosotros queremos mucho más ese tipo de ayuda, no sabiendo como utilizarla tendremos que superarla todos y pienso que estamos obligados a ello y lo hacemos en términos generales, es que no se me ocurre otra mejor razón por la que pensar que la ciencia aplicada pudiera llegar a conocerse como gran parte significativa en la adaptación o talento potencial de cada cual que defienda por si mismo un patrón único como algo existencialmente calculado, sólo en el ámbito personal e ineludible, mucho más que notoria en todos nosotros y desde nuestra particular adecuación arraigada siempre desde la profunda consideración interna que promulgamos con sobradas dotes de increíbles inquietudes y/o capacidades.

Desde luego el mundo ha cambiado muchísimo y nuestra adaptación psicológica a él también debiera hacerlo ¡Esta claro! En cambio si somos conscientes de ese tipo de cosas podríamos mejorar cuando necesitemos una más alta concentración en nuestras diferentes tareas, no hay duda de que hay veces que es mejor tener el dispositivo muy lejos y en silencio.

Volver al papel para escribir nos acercaría por supuesto a un lenguaje más civilizado e ilusionante, mucho más idealista, aparte de poder recuperar otro tipo de sensaciones que muy naturalmente se nutren de la madre complacencia que tan íntima personifica al alza nuestro ilusionante gran momento.

Cosas tan simples como la presencia de un hipervínculo o enlace de cualquier texto, produce un impacto fortísimo en nuestra capacidad de concentración que de la misma manera tener el aparato móvil de (última generación) en el bolsillo consumiendo recursos atencionales preferentes.

Objetivamente hablando hay cometidos que haríamos mejor en un ambiente de reiteración o comparación de la razón o conocimiento (analógico) pero lo obviamos porque aislarnos del mecanismo digital podría generarnos una cierta ansiedad que en muchos de los casos sería de baja intensidad, la cual nos impediría dejarlo sin más.

Nos seguimos adaptando con mucha facilidad a las comodidades que nos proporciona la tecnología, ya que básicamente dejamos de aprender a defendernos por nosotros mismos y en su lugar nos fusionamos con artilugios innovadores de diversos conceptos.

Absolutamente nadie recuerda su número de teléfono, pero si olvidamos el de nuestro ‘smartphone’ nos da un ataque de ansiedad que pudiera rozar el mayor pánico de la historia. ¡Seguro!

Es impresionante como en un periodo de tiempo relativamente corto, nos hemos convertido en la generación que más depende de las máquinas y mucho menos de sus propios sentidos e instintos, recuerdo a duras penas como demonios lográbamos quedar y encontrarnos en lugar y en hora predeterminados, mucho antes de que llegaran los inteligentes teléfonos tan glamurosos. ¿Cómo sabíamos encontrarnos? ¿Acaso, nos llamábamos a gritos?

Procurarnos de todas esas herramientas necesarias para hacer un uso óptimo de todas sus ilustres formas de comunicación digitales es uno de los grandes retos y temas de nuestro insaciable tiempo, además de procurar no caer en la tecnofobia que tanto ilustra nuestra entretenida atención.

No debemos olvidar que lo esencialmente revolucionario de los ordenadores, no es que piensen por nosotros, sino con nosotros, llevaremos por un inmejorable camino las riendas de esta más que «cotidiana e inevitable» relación ¿No os parece?
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