24/12/2020
 Actualizado a 24/12/2020
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Muchos inviernos han pasado ya desde que mi ilusión navideña se desvanece con la última bola del sorteo de la lotería y mis mejores deseos pasan a estar protagonizados desde ese mismo instante por la llegada del séptimo día del nuevo año. Pero ya ni el soniquete matutino de los mil euros presta igual que cuando lo escuchaba en el paraíso redipollejo con una helada de las de verdad, la sartén de chichos y torreznos del gocho recién matado sobre la lumbre y los décimos extendidos por la trébede para poder comprobar cuanto antes que la fortuna me había mandado otra vez al guano.

Y en este aciago y calamitoso año, lo cierto es que muy pocas esperanzas albergaba de que la suerte sonriese al terruño leonés. Más bien esperaba que se descojonase en nuestra cara al estilo del ministro Ábalos cuando habló de la integración de Feve durante su última visita a la cuna de la democracia. Por eso rezumaba alegría después de leer en la web de este su periódico que los elfos de la suerte se habían paseado por unos cuantos puntos de la provincia y no se habían olvidado de los vecinos de Boñar, que empiezan a estar acostumbrados ya a descorchar el espumoso antes de Nochebuena.

Y una de las lecciones que nos dejará el infausto año que termina es precisamente que a todo se acostumbra uno. Nos metimos en casa de un día para otro sin inmutarnos pese a no saber cuándo volveríamos a salir, convertimos la mascarilla una prenda más del atuendo diario e hicimos ‘cafetón’ en la calle décadas después de haber dejado el botellón.

Pero mucho peor es que los leoneses nos hayamos acostumbrado a vivir en el cómodo y perpetuo soniquete del lamento, que en realidad intenta disimular ese egoísmo patológico que nos lleva a no hacer nada por esta tierra salvo que su decadencia afecte a nuestro bolsillo. León lleva tiempo muriéndose. Ojalá el velatorio hubiera comenzado con el último cierre de los bares, porque estaríamos a tiempo de hacerle el boca a boca aun a riesgo de contagiarnos de coronavirus. Pero son ya muchos inviernos escribiendo la crónica de una muerte anunciada por obra y desgracia de una clase política que ha estado a la bajura de las circunstancias y una sociedad lanar que fía su futuro a un bombo con demasiadas bolas y en la que parece increíble que no hayamos alcanzado aún la inmunidad de rebaño.
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